viernes, 30 de marzo de 2018

Acrónimos culinarios, ¡qué horror!



Todavía me entra risa cuando recuerdo el día en el que le pregunté a un conocido sobre que tal le había ido en el concierto del Auditorio de Zaragoza, sí hombre, aquel edificio inaugurado en 1994 y que según el concejal de Urbanismo de entonces “no le iba a costar un duro a los zaragozanos” y terminó costando 6.700 millones de pesetas, equivalentes a 40 millones de euros. Y aquel conocido me contestó: “Un poco pesado escuchar a la tal Carmina Burana, que yo no sé todavía quién de las del coro era aquella señora”. Podía haberle explicado que Cármina Burana es una colección de cantos goliardos de los siglos XII y XIII reunidos en un manuscrito encontrado en Benediktbuern en el siglo XIX, pero preferí callarme y no decirle que Cármina Burana no era una cupletista del género chico, sino que “cármen” significa poema o cántico y burana es el gentilicio latinizado de Buern, el pueblo alemán donde apareció. Todo ello viene a cuento con algo que me tiene preocupado por su estulticia. Resulta que leo en la sección gastronómica del periódico regional de la familia Yarza la siguiente receta: “Bacalao confitado en AOVE con romesco y espárragos trigueros”, al hacer referencia a un plato de Cuaresma que prepara Augusto Forniés,  cocinero del restaurante “El blasón del Tubo”, en Zaragoza. El plato en cuestión es sencillo de confeccionar: basta con tener a mano 200 gramos de bacalao islandés desalado, un diente de ajo y tres espárragos trigueros. Perdón, se me olvidaba: y el AOVE. Ya perdonará el lector, pero eso del AOVE me sonaba a chino. No sabía si se trataba de una especie de salsa chimichurri, de una salsa velouté aterciopelada o de una salsa de especies, secreto del chef. Pero mi gozo en un pozo cuando descubrí que AOVE era el acrónimo de “aceite de oliva virgen extra”. A mí ya me empieza a molestar que todo deba ser guisarlo con AOVE. O AOVE o el diluvio. Si no hay AOVE, nos vamos. ¿Recuerdan aquel eslogan de “si no hay Casera, nos vamos? Pues ídem del lienzo. En mi niñez, en las sardinas de la conservera  Albo, las mejores que existen en España con mucha diferencia del resto, ponía aquello de “con aceite puro de oliva”. En un restaurante que se precie, el aceite puro de oliva se supone, como se supone el valor a los soldados en tiempo de paz. Es como si yo voy a la barra de un bar y le digo al camarero que me sirva un vino tinto DOCa. El camarero, seguramente, me contestará que de esa marca no dispone la casa. Pero si le digo que deseo tomar un vino tinto “con denominación de origen calificada”, a nada que sea un poco profesional, el camarero me preguntará si deseo tomar un “rioja” o un “priorato”,  por salir de dudas y, también, por descarte del resto. No existen otras zonas vitivinícolas en España con tales características. Con el aceite es distinto, hay mucho cuento.

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