Todavía me entra risa cuando recuerdo el día en el
que le pregunté a un conocido sobre que tal le había ido en el concierto del
Auditorio de Zaragoza, sí hombre, aquel edificio inaugurado en 1994 y que según
el concejal de Urbanismo de entonces “no le iba a costar un duro a los
zaragozanos” y terminó costando 6.700 millones de pesetas, equivalentes a 40
millones de euros. Y aquel conocido me contestó: “Un poco pesado escuchar a la
tal Carmina Burana, que yo no sé
todavía quién de las del coro era aquella señora”. Podía haberle explicado que Cármina Burana es una colección de
cantos goliardos de los siglos XII y XIII reunidos en un manuscrito encontrado
en Benediktbuern en el siglo XIX, pero preferí callarme y no decirle que Cármina
Burana no era una cupletista del género chico, sino que “cármen” significa
poema o cántico y burana es el gentilicio latinizado de Buern, el pueblo alemán
donde apareció. Todo ello viene a cuento con algo que me tiene preocupado por
su estulticia. Resulta que leo en la sección gastronómica del periódico
regional de la familia Yarza la
siguiente receta: “Bacalao confitado en AOVE
con romesco y espárragos trigueros”, al hacer referencia a un plato de Cuaresma
que prepara Augusto Forniés, cocinero del
restaurante “El blasón del Tubo”, en Zaragoza. El plato en cuestión es sencillo
de confeccionar: basta con tener a mano 200 gramos de bacalao islandés desalado,
un diente de ajo y tres espárragos trigueros. Perdón, se me olvidaba: y el AOVE. Ya perdonará el lector, pero eso
del AOVE me sonaba a chino. No sabía
si se trataba de una especie de salsa chimichurri, de una salsa velouté aterciopelada o de una salsa de
especies, secreto del chef. Pero mi
gozo en un pozo cuando descubrí que AOVE era
el acrónimo de “aceite de oliva virgen extra”. A mí ya me empieza a molestar
que todo deba ser guisarlo con AOVE. O
AOVE o el diluvio. Si no hay AOVE, nos vamos. ¿Recuerdan aquel
eslogan de “si no hay Casera, nos
vamos? Pues ídem del lienzo. En mi niñez, en las sardinas de la
conservera Albo, las mejores que existen en España
con mucha diferencia del resto, ponía aquello de “con aceite puro de oliva”. En un restaurante que se precie, el
aceite puro de oliva se supone, como se supone el valor a los soldados en tiempo
de paz. Es como si yo voy a la barra de un bar y le digo al camarero que me
sirva un vino tinto DOCa. El
camarero, seguramente, me contestará que de esa marca no dispone la casa. Pero
si le digo que deseo tomar un vino tinto “con
denominación de origen calificada”, a nada que sea un poco profesional, el
camarero me preguntará si deseo tomar un “rioja”
o un “priorato”, por salir de dudas y, también, por descarte
del resto. No existen otras zonas vitivinícolas en España con tales características.
Con el aceite es distinto, hay mucho cuento.
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