Ya existe un robot llamado Flippy, fabricado por Miso Robotic, capaz de cocinar 300 hamburguesas a la hora. Se trata de un brazo articulado que termina en una paleta y que se mueve por la plancha como pez en el agua. Según leo, “el robot Flippy empaqueta hamburguesas sin envolver, las coloca en su lugar en una parrilla caliente, hace un seguimiento del tiempo de cocción y la temperatura de cada hamburguesa, para luego alertar a los cocineros cuando llega el momento de aplicar otras coberturas". Pero pronto ya no hará falta ni eso. Una pequeña pinza articulada colocará el queso, el pepinillo, la cebolla, la lechuga, el kétchup y la mostaza a gusto del consumidor con sólo cambiar de botón. Queda claro que ese invento estadounidense pronto llegará a España y quitará mucha mano de obra en las empresas de comida rápida, muchas de ellas franquiciadas. El Flippy no está en nómina, no hace huelgas, no tiene género ni brechas salariales ni paga Impuesto de Rendimiento de las Personas Físicas y Seguridad Social. Que yo sepa, por estos pagos ya sólo quedarán exentas de robotización las barracas de churros y porras, y supongo que no por mucho tiempo. Día llegará, no lejano, en el que nos acercaremos a la madrileña Chocolatería San Ginés, en el pasaje del mismo nombre, a medio camino entre la Puerta del Sol y el Teatro Real, abierta en 1894 y mencionada en Luces de Bohemia con el nombre de Buñolería Modernista por Valle Inclán. Por allí pasó Alejandro Sawa, el pobre Max Estrella sobre el que cuenta Valle: “Un guardillón madrileño con un pequeño ventanuco lleno de sol. Es la hora del crepúsculo. Un poeta ciego conversa con su esposa pelirrubia, triste y fatigada. El hombre es un hiperbólico andaluz, poeta de odas y madrigales”. (…) “He llorado delante del muerto por él, por mí y por todos los pobres poetas. Yo no puedo hacer nada, usted tampoco, pero si nos juntamos unos cuantos algo podríamos hacer. Alejandro deja un libro inédito. Lo mejor que ha escrito. Un diario de esperanzas y tribulaciones. El fracaso de todos los intentos para publicarlo y una carta donde le retiraban una colaboración de sesenta pesetas que tenía en El Liberal, le volvieron loco durante los últimos días. Una locura desesperada. Quería matarse. Tuvo el fin de un rey de tragedia: murió loco, ciego y furioso”. Su libro inédito fue Iluminaciones en la sombra, al que le puso prólogo Rubén Darío, para el que en vida había hecho Sawa de negro en muchas ocasiones. También Benito Pérez Galdós escribió de esa churrería en la segunda serie de los Episodios Nacionales y fabrica en la actualidad sobre 4.000 churros diarios durante 24 horas ininterrumpidas. Pero el robot Flippy va más lejos. Cocinar 300 hamburguesas/hora es una cantidad muy superior a los 167 churros/hora de la churrería madrileña. Además de ello, las empresas de fast food se ahorran el servicio de camareros y se paga la consumición por adelantado. La modernidad todo lo devora.
miércoles, 7 de marzo de 2018
Flippy
Ya existe un robot llamado Flippy, fabricado por Miso Robotic, capaz de cocinar 300 hamburguesas a la hora. Se trata de un brazo articulado que termina en una paleta y que se mueve por la plancha como pez en el agua. Según leo, “el robot Flippy empaqueta hamburguesas sin envolver, las coloca en su lugar en una parrilla caliente, hace un seguimiento del tiempo de cocción y la temperatura de cada hamburguesa, para luego alertar a los cocineros cuando llega el momento de aplicar otras coberturas". Pero pronto ya no hará falta ni eso. Una pequeña pinza articulada colocará el queso, el pepinillo, la cebolla, la lechuga, el kétchup y la mostaza a gusto del consumidor con sólo cambiar de botón. Queda claro que ese invento estadounidense pronto llegará a España y quitará mucha mano de obra en las empresas de comida rápida, muchas de ellas franquiciadas. El Flippy no está en nómina, no hace huelgas, no tiene género ni brechas salariales ni paga Impuesto de Rendimiento de las Personas Físicas y Seguridad Social. Que yo sepa, por estos pagos ya sólo quedarán exentas de robotización las barracas de churros y porras, y supongo que no por mucho tiempo. Día llegará, no lejano, en el que nos acercaremos a la madrileña Chocolatería San Ginés, en el pasaje del mismo nombre, a medio camino entre la Puerta del Sol y el Teatro Real, abierta en 1894 y mencionada en Luces de Bohemia con el nombre de Buñolería Modernista por Valle Inclán. Por allí pasó Alejandro Sawa, el pobre Max Estrella sobre el que cuenta Valle: “Un guardillón madrileño con un pequeño ventanuco lleno de sol. Es la hora del crepúsculo. Un poeta ciego conversa con su esposa pelirrubia, triste y fatigada. El hombre es un hiperbólico andaluz, poeta de odas y madrigales”. (…) “He llorado delante del muerto por él, por mí y por todos los pobres poetas. Yo no puedo hacer nada, usted tampoco, pero si nos juntamos unos cuantos algo podríamos hacer. Alejandro deja un libro inédito. Lo mejor que ha escrito. Un diario de esperanzas y tribulaciones. El fracaso de todos los intentos para publicarlo y una carta donde le retiraban una colaboración de sesenta pesetas que tenía en El Liberal, le volvieron loco durante los últimos días. Una locura desesperada. Quería matarse. Tuvo el fin de un rey de tragedia: murió loco, ciego y furioso”. Su libro inédito fue Iluminaciones en la sombra, al que le puso prólogo Rubén Darío, para el que en vida había hecho Sawa de negro en muchas ocasiones. También Benito Pérez Galdós escribió de esa churrería en la segunda serie de los Episodios Nacionales y fabrica en la actualidad sobre 4.000 churros diarios durante 24 horas ininterrumpidas. Pero el robot Flippy va más lejos. Cocinar 300 hamburguesas/hora es una cantidad muy superior a los 167 churros/hora de la churrería madrileña. Además de ello, las empresas de fast food se ahorran el servicio de camareros y se paga la consumición por adelantado. La modernidad todo lo devora.
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