Juan Antonio Martín Pallín,
magistrado emérito del Tribunal Supremo, escribe en El País a propósito de la
subida del IVA en los actos funerarios. Cuenta que “cuando llegue el día de la
partida estaremos aportando nuestro último tributo a las arcas públicas
contribuyendo así al logro del sagrado equilibrio presupuestario y a la
disminución del déficit público. Los mercados y Bruselas se lo agradecerán”.
Julio Camba, en su artículo “Sobre el otro mundo”, al hacer referencia a los
muertos decía que “hasta ahora todos habíamos creído que la ultratumba era un
país maravilloso donde los hombres, liberados de sus preocupaciones terrestres,
vivían una vida sobrehumana”. Es, quizás, por esa razón, que el Gobierno que
preside Rajoy haya considerado como imprescindible la aplicación del Impuesto
sobre el Valor Añadido en su grado máximo de tributación para todo lo relativo
a los actos funerarios. Morirse, tanto para Bruselas como para Rajoy, es un
valor añadido que hay que tomar en cuenta. Martín Pallín entiende sin embargo, como
así lo entendemos el resto de los mortales, que “la muerte es un acontecimiento
que, en la inmensa mayoría de los casos, no cuenta con la anuencia del sujeto
pasivo tributario”. Desconozco si los economistas y los teólogos se habrán
puesto de acuerdo en pagar por adelantado aquí lo que se vaya a disfrutar allí.
Por si las moscas, el Estado aplicará el IVA de los entierros al tipo del 21
por ciento y la Iglesia Católica
aumentará la tarifa de exequias y
asperges en no sabemos todavía qué proporción. También las floristerías
pondrán más caras las coronas y hasta Vocento subirá el precio de las esquelas.
Todo muerto que se precie deberá llevar junto al ataúd varias coronas de flores
y, bien sujeto con cinta adhesiva a uno
de los lados del féretro los recibos de haber pagado el IVA y la
correspondiente esquela en el ABC, que es donde hay que ponerlas. Ya saben que
Cela las coleccionaba y hasta puede que ahora continúe con tal aseada práctica
la insigne Marina Castaño.
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