Que se hayan detectado por parte
del Estado 14.376 contratos de trabajo falsos y 4.379 trabajadores que cobraban
prestaciones indebidas en el primer semestre del año es la mejor medalla que
podemos conseguir en esta olimpiada del fraude, que no cesa. La picaresca
española agudiza el ingenio en época de vacas flacas hasta límites
insospechados. Los timadores más ingeniosos y el gorroneo más acendrado afloran
a la superficie carpetovetónica como las algas en el Ebro a su paso por Zaragoza.
El Plan de Lucha contra el Empleo Irregular y el Fraude a la Seguridad Social
impulsado desde el Gobierno y aprobado el pasado viernes en Consejo de
Ministros va a poner a prueba la capacidad de acción, hasta ahora durmiente, de
los inspectores de Trabajo. Este es un país donde los planes de lucha contra
algo sólo han funcionado cuando se trataba de la Fiesta de la Banderita, con señoras
fondonas y enjoyadas presidiendo mesas petitorias de campanillas a la puerta de
centros oficiales (Capitanía General,
Banco de España, Catedral, etcétera), con el adorno de ramos de flores,
fotógrafos de las revistas de la bragueta y los acordes serenos de una banda de
música, civil o militar, interpretando “Suspiros de España”, “Amparito Roca”,
“Soldadito español” o “Churumbelerías”. Unas mesas petitorias, digo,
comprometidas en la lucha contra la tuberculosis o el hambre de los niños del
Congo. A mi me da la sensación de que ese Plan de lucha contra el Empleo
Irregular auspiciado por la ministra Báñez tiene los días contados. En
cualquier cabeza cabe que el empleo sumergido forma parte consustancial de
nuestra forma de vida. Se ejerce con devoción en todos los estratos sociales,
desde ese magistrado que, aprovechando
sus horas libres, adiestra a opositores a la judicatura, hasta el tipo que
arregla persianas a domicilio a precios muy competitivos. De no existir, como
existe, la economía sumergida, ya me contarán ustedes cómo se explica que más
de millón y medio de familias consigan vivir sin tener ningún ingreso. Báñez,
esa ministra de prontos peligrosos y a la que le hierve el cerebro con el sol
de verano, debería saber que el ciudadano corriente, que ya respira de caridad,
debe esforzarse en comer al menos una vez al día aunque sea carne de perro,
dicho sea sin mala intención.
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