Decía Ignacio de Loyola que en
tiempos de tribulación es mejor no hacer mudanza. Resulta que el tiempo actual
es de tribulación, desabrimiento y escozor en el bolsillo del ciudadano y, por
consiguiente, no conviene salir a la calle para hacer la compra en el lugar
donde existe tumulto callejero, en este caso por el barrio de Malasaña. Lo
sucedido a Cristina Cifuentes de ninguna de las maneras es aceptable. No es de
recibo salir de compras por las calles de Madrid y toparte con violentos
manifestantes que te reconocen, te abuchean, te escupen a la cara y te obligan
a refugiarte en un restaurante etíope. Eso le sucedió a la delegada del
Gobierno en Madrid el pasado viernes. Comprendo que la gente esté harta de la
tijera de Rajoy, del uso desproporcionado de la fuerza pública durante las
manifestaciones callejeras y de los evidentes excesos sin castigo de ciertos
sinvergüenzas redomados. Cristina Cifuentes, a mi entender, cometió una
imprudencia saliendo de compras. Ya sé que en un Estado de Derecho cualquier
ciudadano, también la ciudadana Cifuentes, debería poder moverse en libertad,
pero con la que está cayendo estos días en Madrid lo más prudente es intentar
pasar desapercibido. Según comenta El País, “los empleados que estaban en el
restaurante le dijeron que se podía quedar todo el tiempo que quisiera e
incluso cerraron el establecimiento para que no pudiera entrar nadie. Allí
estuvo hasta que los trabajadores le indicaron que tenía una salida a través
del hotel contiguo. Cuando llegó a la recepción del establecimiento, la
telefonista le preguntó con malos modos qué hacía allí y que no podía quedarse
si no era clienta. Cifuentes le explicó que, si salía de nuevo a la calle, la
acorralarían”. Personalmente, tal situación, además de incómoda se me antoja
patética. No entiendo cómo una delegada del Gobierno no sale por la calle con
una discreta escolta. Tampoco comprendo los malos modos de aquella telefonista.
Seguramente estaría puesta por Bruselas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario