El verano es tiempo de descanso,
aunque este año un hartazgo político y económico encharca toda la prensa y
produce un aburrimiento espantoso al sufrido lector. No se puede estar sentado
en el sillón de mimbre de un balneario leyendo lo que Rato cuenta en el Congreso
sobre su gestión en Bankia, o si se desploman las acciones de Telefónica por no
pagar dividendos. Ya se sabe que España está laminada. En verano lo que pide el
cuerpo es leer novelillas, tomar un fresco blanco “verdejo” de Rueda y charlar
con alguien que tenga conversación, cosa difícil de encontrar en estos tiempos.
Hoy, miren ustedes por dónde, haré referencia al librito “Santander fin de
siglo” que J.M. Gutiérrez-Calderón publicó en 1935. Dentro de ese librito, de
poco más de doscientas páginas, se hace referencia a un personaje muy popular
en Santander durante el último tercio del siglo XIX. Me refiero a Clemente Luis
García Mazariegos, más conocido como “Rigoletto”, nacido en octubre de 1878 en
la calle Cervantes. Era hijo de un ordenanza de Telégrafos. Cuando tenía sobre
13 ó 14 años, aprovechado unas vacaciones escolares solía colarse en el Circo
Ferroni, que durante las fiestas de Santiago estaba asentado en la Segunda Alameda.
Hizo simpatías con los empleados del circo y le encargaron que cuidase de un
burrito llamado “Rigoletto”. Aquel burrito salía todas las tardes a la pista
para lucir ciertas habilidades. Es caso es que a Luis terminaron los
santanderinos por apodarle con el nombre del animal. Terminadas las fiestas
patronales se levantó el circo y Luis decidió marcharse con domadores, payasos
y trapecistas. Pero su padre lo reclamó y, a los pocos días, Luis era detenido
y devuelto a la casa paterna. Trabajó como aprendiz en la hojalatería de Wünchs, situada en la Primera Alameda. En cierta
ocasión, él y otros muchachos levantaron
en un solar de la calle Burgos una especie de cobertizo, donde construyeron un
globo con trozos de sábanas que no consiguieron hacerle volar. Su padre, harto
de su haraganería, lo embarcó como mozo en el trasatlántico “María Cristina”,
llegando a La Habana
recién declarada la guerra de Cuba. Allí quedaría el barco anclado durante
siete meses. Finalmente pudo embarcar en el “Montserrat”, que había burlado el
bloqueo y pudo llegar a Santander con la
fiel compañía de “Rigoletto”. Con posterioridad trabajó de camarero en
la compañía Transatlántica y se casó por segunda vez. Puesto de acuerdo con
otro aficionado a la aerostática, Agustín Echevarría, ambos decidieron trabajar
en México. Embarcaron en La Coruña
en el vapor alemán “Ipiranga”, con “Rigoletto”
escondido de polizón en la caja del globo que llevaba Echevarría. Trabajaron
de “clowns” en Veracruz, en el teatro Olimpia. Además de ello, hicieron
ascensiones en globo. En una de aquellas ascensiones quedó Luis malherido. Lo
pasó mal, hasta que José de Oyalbide se apiadó de él y le permitió regresar a
España a bordo del “María Cristina”, barco que él gobernaba. Hizo la travesía
de camarero. Ya en Santander, ejerció de puntillero en novilladas, pintaba platos
que luego vendía, volvió a navegar de camarero, etcétera, hasta que embarcó en
el vapor alemán “Hammonia”, que naufragó a la salida de Vigo, siendo recogido
como náufrago por un vapor inglés que le llevó a Reino Unido. Años más tarde
decidió regresar a Santander. Y ahí aprovechaba las fiestas de los pueblos para
hacer ascensiones en globo. Hasta fue contratado por el Ayuntamiento para las
fiestas de Santander con suerte desigual. Como cuenta Gutiérrez-Calderón en su
libro, “No volví a verle. El 16 de agosto de 1932 -pronto hará ochenta años-
moría inesperadamente, efecto de una embolia, a los cincuenta y cuatro años de
edad”. Lo que nunca llegué a saber, porque no se cuenta en el libro, es cómo
terminó sus días el burrito “Rigoletto”.
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