El Gobierno que preside Rajoy,
que no sabe cómo salir de las arenas movedizas en las que se ha metido hasta el
cuello con el tema de la modificación del aborto (ese “enorme error
estratégico”, según El País), sale ahora con una solemne pata de banco puesta
en boca del ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, quien sostiene que
“la reforma del aborto será buena para la economía”. Yo no sé si este hombre
está chiflado o nos quiere tomar el pelo. La sociedad española no estaba demandando
esa reforma de una ley que sólo puede contentar a la Conferencia Episcopal
y a los sectores ultra conservadores incrustados en el Partido Popular que
sueñan con un nacional-catolicismo nostálgico y durmiente en Cuelgamuros, entre
ellos la incompetente alcaldesa de Madrid, Ana Botella; Jaime Mayor Oreja, que
ve fantasmas donde no los hay; y Jorge Fernández Díaz, uno de los peores
ministros de la democracia, que está convencido de que nuestro país está
mejorando en su aspecto macroeconómico gracias a la intercesión de Teresa de
Ávila. Estamos ante una regresión de las libertades en toda regla. Como
recuerda El País, “hasta Marine Le Pen dijo que le parecía excesiva la ley
española, que sólo tiene en Europa el apoyo de su padre, Jean-Marie”. Y ahora
llega mi reflexión: si aumentase considerablemente el número de niños nacidos
con malformaciones, ¿puede decirme Gallardón de qué manera será ello bueno para
la economía? ¿Cómo se atreve a decir esas cosas el miembro de un Gobierno que
ha recortado hasta la grosería las prestaciones sociales? Desconozco las
respuestas. Pero una cosa está clara: no se puede torear en plaza de primera
categoría con traje de monosabio.
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