Escrito por Jesús Cacho poco
antes de que se terminase el año: “El Sistema y sus usufructuarios, con la Corona a la cabeza y los
partidos dinásticos detrás, han decidido morir con las botas puestas,
chapoteando en la corrupción. Lo dejó claro el propio Rey (“yo me quedo”) en su
discurso de Navidad. Nada se mueve y nada se va a mover”. España está
amodorrada, como si a los ciudadanos les hubiesen administrado en vena una inyección para estar en una perenne
duermevela, mientras los políticos instalado en el Congreso, en el Senado y en
Bruselas (que no defienden a los electores como sería su obligación sino a
quien les colocó cómodamente en la lista de candidatos) utilizan la “disciplina
de partido” para permanecer en la poltrona todo el tiempo que sea necesario. Su
carrera, sin tan siquiera haber sufrido oposiciones como el resto de
funcionarios, consiste en estar bien posicionados y decir “sí, señor” a las
cuestiones más peregrinas y que más tarde, por mor de ese vergonzoso sometimiento,
se convertirán en leyes de obligado cumplimiento que nos afectarán a todos.
“Para administrar el final de la
Transición, envite donde los haya -seguía escribiendo Cacho-,
los españoles dieron mayoría absoluta a un Partido Popular cuyo Gobierno ha
demostrado no estar a la altura en los dos años de legislatura transcurridos.
Nada a la vista, de derecha a izquierda, incapaz de levantar el vuelo de esta
sufrida España”. Y Cacho intenta explicar lo que nos sucede con la ayuda
inefable de un poema de Gil de Biedma: “De todas las historias de la Historia / sin duda la
más triste es la de España / porque termina mal. Como si el hombre, / harto ya
de luchar con sus demonios, / decidiese encargarles el gobierno / y la
administración de su pobreza”. Mientras estas cosas acontecen,
Rajoy era recibido por Obama en la Casa
Blanca y a Ruiz-Gallardón (a quien quizás no le gusten los versos de
Gil de Biedma por haber sido en vida tío de Esperanza Aguirre) le preocupaba, y
así lo manifestó en la Cope,
que Cristina de Borbón pudiera “hacer el paseillo”, como ya hizo
Urdangarín, por la cuesta de los
juzgados de Palma. El poliédrico Gallardón, como una réplica de la estatua de
Jano, nos ha enseñado a los ciudadanos de todo signo y condición su peor cara
con último ramalazo fascistoide (de casta le viene al galgo) en el tema del
aborto. Un ministro de Justicia, digo,
que ponderaba en la Cadena
de la Conferencia Episcopal,
como modelo del excelso estilo que corresponde a una Grande de España, la “actitud
de colaboración” de la infanta. Que yo sepa, la infanta está procesada (palabra
que me gusta más que “imputada”) por el Juzgado núm. 3 de Palma de Mallorca. Y
en consecuencia, tendrá que explicar a su titular, el juez Castro, muchas cosas
relacionadas con los presuntos trapicheos de su marido, como no puede ser de
otra manera en un Estado de Derecho. No es que la infanta, presunta
colaboradora necesaria, tenga “actitud de colaboración” con la Justicia, sino que no le
queda otra alternativa que sólo empeoraría las cosas. Y en La Zarzuela lo saben.
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