En su artículo de El País,
“Empeoría”, Fernando Savater comenta que “la única pasión española que puede
hoy compararse con el fútbol es la cocina. ¡Somos una gastrocracia! Santa
Teresa nos aseguró que Dios también anda entre pucheros, pero no dijo que se
dedicase personalmente a deconstruir albóndigas. Ahora resulta que no hay
destino más sagrado y los ilusionistas del fogón son los únicos gurús
indiscutibles de una asamblea de crédulos y esnobs. En todas las radios
predican los fabricantes de recetas y en cada televisión tienen su concurso de
potajes. Todo el mundo va disfrazado de cocinero, como en la tamborrada
donostiarra, y hasta a los niños les hacen competir en el arte de remover la
olla”. Y esas cosas suceden precisamente ahora, cuando la EPA recuerda que casi dos
millones de familias tienen a todos sus miembros en paro. Curioso. El fútbol y
la cocina son los dos deportes nacionales. Pero no es necesario que acudamos a
los estadios ni que visitemos restoranes de postín. La televisión se encarga de
todo ello para que no tengamos que movernos de casa. Lo que sucede es que en
casa hace frío y no se puede poner la calefacción por el coste que ello
conlleva. Pero también tenemos solución: el bar, que ya se está convirtiendo en
el cuarto de estar de muchos españoles de escasos recursos. Pedimos una cerveza
y matamos la tarde sentados en una mesa de velador; eso sí, cerca del televisor
de plasma. El Gobierno, consciente de nuestros sacrificios, acaba de dar un
paso de gigante. En un arranque de valentía, el último Consejo de Ministros ha
rebajado el IVA de las transacciones de obras de arte del 21 al 10 por ciento.
Los ciudadanos empezamos a respirar tranquilos. Dios aprieta pero no ahoga.
Menos mal que cuando compremos un Francis Bacon, un Georges Braque o un Francisco Masriera, cosa que hacemos casi a
diario, nos ahorraremos un 11 por ciento en el puñetero impuesto. ¡Uff, que
alivio…!
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