Martín Prieto, en La Razón, hace referencia en su
“Descenso al cadalso” a la infanta Cristina. Cuenta: “Algunas insistencias
delatan el deseo morboso de que la
Infanta baje la rampa en sollozos, de rodillas y hasta
arrastrándose para postrarse ante el juez Castro. La rampa de Palma la ven como
paradigma de la Justicia
igualitaria, confundiendo los adoquines con los códigos”. Antonio Burgos, en
ABC de Sevilla, habla con un José María
Pemán imaginario y pone en boca de ese “espectro” lo siguiente: “Pues tened
cuidado, que se empieza pidiendo el paseillo y se acaba dando el paseo camino
de Paracuellos”. Y Juan M. Blanco, en Vozpópuli, va más lejos todavía. En “Abdicación:
un sorpresivo debate”, Blanco refiriéndose a que “los hados, tan favorables antaño, se han
conjurado últimamente contra la
Corona”, sostiene que “nada resolverá una abdicación sin
enmendar los graves defectos del sistema político, verdadera causa del presente
desastre. Quienes argumentan que el Príncipe está muy ‘preparado’ olvidan
que la Monarquía
no puede basarse en las cualidades o la buena voluntad de su titular sino en
estrictas reglas, adecuadas leyes, eficaces mecanismos de control y garantía de
trasparencia. El simple cambio de persona podría conducir a frustración y a un
acrecentado desgaste. La sola idea de un Felipe intentando tejer con los mismos
mimbres que su padre ofrece una perspectiva muy poco prometedora”. En fín,
es lo que hay. La ciudadana imputada, Cristina de Borbón y Grecia deberá
enfrentarse a las preguntas del juez instructor Castro el próximo 8 de febrero.
Da igual si la procesada entra por la puerta principal o por la rampa de
acceso. De ninguna manera la ciudadana
Borbón será la moderna María Antonieta ante las escalerillas del cadalso por
una sencilla razón: esta señora, a pesar de lo que escriben Martín Prieto y un
rabo de plumillas de vergonzosa plebeyez, no pasará a la Historia.
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