Cuenta Burgos en ABC que un toro
de Torrestrella “se ganó por su bravura el supremo honor del indulto”, cuando
en la venezolana Plaza de San Cristóbal
el presidente asomó por el balconcillo el pañuelo naranja. Un toro negro que
llevaba el número 107 y la divisa azul y oro, al que había puesto Álvaro Domecq el nombre de
“Flor Azul”. Hay muchas flores azules: la delicada hepatica nobilis, que brota
en la montaña cuando desaparecen las nieves; la arracimada delphinium, cuyas semillas contienen
unos alcaloides que producen la muerte por asfixia y que antiguamente se
utilizaba contra la piojera; la rosa (“blue moon”); la perenne y longeva
campanilla china que cura los resfriados; el lirio de agua; la lobelia, también
conocida como flor del cardenal; la campanula, de raíz comestible y con ligero
sabor a nueces; la salvia patens, la salvia guaranitica, la preciosa muscari, el
agastache, de olor perfumado a anís, regaliz, menta y bergamota; la vivorera o
lengua de vaca, que crece en las cunetas y no soporta la sombra; y, cómo no,
nuestra aragonesa borraja, de la que a mí me gustan los tallos troceados,
pelados y cocidos con patatas y aliñada con aceite de oliva. A otros comensales
les encanta la borraja con acelga, ajo y huevo, lo que se conoce como “revuelto
de Amelia”, etc. Pero al margen del color azul en las flores, que daría para
estar recopilando datos durante varias semanas, me alegra que “Flor Azul” haya
logrado el indulto por su bravura. En España muchos tipos indeseables por sus
comportamientos también confían como agua de mayo que cualquier viernes, en
Consejo de Ministros, se saque el pañuelo naranja y los devuelvan al corral
para seguir haciendo de las suyas. A muchos sinvergüenzas, digo, que nos han
arruinado a todos con su mal proceder en el desempeño de sus funciones, les
sucede como a la vivorera, esa planta que no soporta estar a la sombra. Y en
este mundo al revés, en ocasiones, son los magistrados los que terminan siendo
imputados o separados de su carrera judicial. Ahí tenemos como muestra el caso
de Garzón, que terminó separado de su carrera por meterse en el proceloso
jardín de la Gürtel;
o del juez Silva, al que el Tribunal Superior de Madrid sienta ahora en el
banquillo acusado de prevaricación, por haber metido en la cárcel al caradura
Blesa, responsable de los desaguisados en Bankia. Sólo falta por ver qué
sucederá con el juez Castro; que -según Eduardo Inda- ya “están preparando la tormenta perfecta”.
Pero los sinvergüenzas de Gürtel, el caradura Blesa y el impresentable Urdangarín,
se irán de rositas. Seguro, oiga. Para todos ellos, en el supuesto de ser
condenados, sí habrá pañuelo naranja. En un Estado de Derecho no se entiende que
el Gobierno pueda sacar el pañuelo naranja a los responsables de haber hecho un
gran roto en nuestra economía cuando tantos españoles lo están pasando peor que
mal. Tampoco se entiende que un torero, José Ortega Cano, juzgado y condenado
por homicidio imprudente y conducción temeraria (con resultado de muerte de
Carlos Parra) y con sentencia ratificada tras haber sido recurrida, siga libre
y a la espera de un indulto. La juez del Juzgado de lo Penal número 6 de
Sevilla accedió a la petición de la
Fiscalía y la acusación particular de que Ortega Cano
ingresara en prisión. Pero el asunto está ahora en manos del Tribunal
Constitucional ya que el abogado del torero, Enrique Trebolle, ha pedido el
indulto y la suspensión del ingreso en prisión mientras se tramita su recurso
contra la sentencia de la
Audiencia de Sevilla. Y al muerto, con perdón, que le vayan
dando.
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