Comienza un año y no sabemos si
también otra guerra del 14, que ahora ya no será con trincheras y bayonetas
sino económica. Todo sube: la luz, el tren, los peajes de autopista, las tasas
municipales…Y como si las ciudades españolas pertenecieran a la lista de “Los
40 principales” de Radio Madrid, ahora resulta que Zaragoza ya casi supera a
Sevilla en número de habitantes. Hay una diferencia entre ambas ciudades de
sólo 18.165 empadronados, de momento a favor de la ciudad que preside Juan
Ignacio Zoido, pero Juan Alberto Belloch se le acerca con la velocidad del
galgo tras un conejo mecánico. Sólo es cuestión de que lleguen unos cuantos
autobuses con rumanos en visita turística al Pilar y se queden por estos pagos como
autónomos para hurgar en los cubos de basura. En cierta ocasión le escuché
contar a Compay Segundo que en La
Habana existen tantos peluqueros porque para practicar tal
oficio sólo se requiere disponer de unas tijeritas, una navaja de afeitar y un
peine. Y para remover en los contenedores de basura, un palo de escoba con un
gancho y una bicicleta. Sin bicicleta no cunde la faena, se adelantan otros feligreses
de la misma cofradía y no trae cuenta mirar dentro de los contenedores cuando
ya han sido registrados a conciencia por el que más pedaleaba y sólo quedan en
su interior cáscaras de plátano y algún casco de sidra “El Gaitero”, famosa en
el mundo entero, y de anís “Las Cadenas”, de finísimo paladar, que no fueron depositadas en su
correspondiente contenedor, o sea, el de vidrio. Por cierto, vengo observando
que en las últimas navidades se ven más cascos de sidra que de cava “Juvé & Camps” y más
“tetra-brik” de vino de guisar “Casón histórico”, el de J. García Carrión, que
botellas de “Federico Paternina”. Han bajado los aguinaldos de empresa en
relación inversamente proporcional a las visitas a Mercadona. Y así pasa lo que
pasa, es decir, que en la
Nochebuena siempre hay algún pendiente “ajuste de cuentos”,
no sé si como el de Mario Muchnik, como sucede con algún pariente comensal
cuando se pone hecho un basilisco por no sabemos qué y apesadumbra la noche de
paz. Se viene arriba con trasiego de vino de pasto y la carencia de “almax”,
que obra el milagro de disipar la acidez estomacal a la hora de atornillarle el
diente al turrón de Alicante, y aflora trapos sucios con lengua de trapo. Vamos,
lo de siempre.
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