Al alcalde de Zaragoza, Juan
Alberto Belloch, le sucede como a los toreros de postín cuando dicen que se van
pero no se van. No quiere hablar sobre las primarias del PSOE para elegir
candidato a la Alcaldía. Hace
poco, por aquello de que Santa Marta tiene tren pero no tiene tranvía, no se le
ocurrió cosa mejor que intentar dejar peatonal la calle de don Jaime I, esa que
todos conocemos como San Gil, y se armó cierto
revuelo entre los comerciantes de la zona. Coincidió con los sucesos de Burgos
y Belloch, muy hábil, tuvo que recoger carrete. Ya se pretendió hacer peatonal
el Puente de Piedra y una asociación de vecinos, la de Arrabal, puso el grito
en el cielo. A Belloch no le conviene que haya un “gamonal” en Zaragoza al estilo
de Burgos. El alcalde quiere marcharse por la puerta grande, que en Zaragoza no
sabemos cuál es. Porque en Zaragoza había doce puertas: Ángel, Cinegia,
Valencia, Toledo, Sol, Portillo, Quemada, Don Sancho, San Ildefonso, Santa
Engracia, Duque de la Victoria,
y Carmen. De toda ellas sólo queda en pie una, la Puerta del Carmen, a la que
estuvo adosado el antiguo Café de Levante. Una puerta que no sabemos cuanto
tiempo durará en pie, no porque esté a punto de derrumbarse sino por la
apetencia de algún alcalde que aún está por llegar y al que se le antojará
poner una glorieta con la estatua ecuestre de González Triviño, el alcalde de
los adefesios, o de Amado Franco (¡vaya nombrecito!), que es el que está en
poder de la cuerda de trenzado en Ibercaja, ahora que asoma por Puerta Oscura la alargada sombra del ocaso de
los dioses. Zaragoza no va a ser menos que Burgos, que tiene la estatua del Cid
Campeador, o que Zamora, que tiene la estatua de Viriato, o que Logroño, que
tiene la estatua de Espartero, o que Santander, que tiene la estatua de
Velarde, o que Teruel,
que tiene la estatua de El Torico. La
Puerta de Valencia se derribó en 1867 para ceder sitio a la Universidad en la que
se licenció en Derecho Manuel Azaña (también ya derruida por unos munícipes
insensatos) y para ensanchar la plaza de la Magdalena; La Puerta del Sol y la Puerta de Sancho se derribaron
en 1868 a
petición de los vecinos; la
Puerta del Portillo, en 1896; la Puerta de Santa Engracia,
en 1902, al comenzar las obras del tranvía promovido por Basilio Paraíso; la de
San Ildefonso, en 1903 para hacer un colector en el Mercado Central; la Puerta del Duque de la Victoria, en honor de
Espartero, en 1919; y así todo. Pues nada, que
Juan Alberto Belloch se largue de
una vez por la puerta grande, a los acordes del pasodoble “La Puerta Grande”, compuesto por
la maestra Elvira Checa, que es un pasodoble para bien morir. Todo menos quedar
como Cagancho en Almagro.
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