Blanca Rodríguez Ruiz, en El
Correo de Andalucía, señala que “la
Corona española juega con ventaja. Juega con la ventaja de
conocer la indolencia de un país acostumbrado a convivir con normalidad con la
corrupción, y a que ésta no pase factura política. Juega con la ventaja de
convivir con otras instituciones inútiles (pensemos en el Senado) y situaciones
disfuncionales (pensemos en nuestro caótico Estado Autonómico). Cuenta con
nuestra resistencia atávica a reformar la Constitución, especialmente
en materias, como la Jefatura
del Estado, cuya revisión pasa por la disolución de las Cortes para ser
aprobada por dos legislaturas”. En esta caótica España de nuestros desvelos,
con la que está cayendo, es decir, con la continua destrucción de empleo (en el
transcurso del Gobierno Rajoy el paro ha aumentado en un millón cincuenta mil
ciudadanos) pese al aparente progreso en los datos macroeconómicos, a muchos
comentaristas de radio y televisión sólo les preocupa si la infanta Cristina debería
o no abdicar de sus derechos dinásticos,
si deberá o no bajar la rampa de los Juzgados de Palma el próximo 8 de
febrero, si lo debería hacer a pie o en
coche, si será o no abucheada, o si se
alquilarán o no balcones como si se tratase de los encierros en los sanfermines.
Pero al españolito corriente, que no le llega el sueldo a fin de mes, le traen
al pairo todas esas cuestiones. El
ciudadano corriente, digo, sabe sin que nadie se lo cuente, que la Justicia no es igual para
todos; y que, en el supuesto de que así fuese, a los poderosos que nos han
llevado a todos a la peor de las ruinas siempre les quedará el brazo salvador
del indulto en Consejo de Ministros, que es como el “milagroso” brazo de santa
Teresa, la “intercesora en estos tiempos recios”, que dice el ministro del
Interior, Fernández Díaz. Este ministro, conocido su fervor por Teresa de
Cepeda, merecería haber sido el encargado de cambiar la teresiana por el
tricornio en la Guardia Civil.
¡Lástima que se le adelantase Luis Roldán! No tardando mucho podría ser que
hasta viéramos al ministro Fernández Díaz recitando aquello de “vivo sin vivir
en mí,/ y tan alto cargo espero,/ que muero porque no muero”, o presidiendo en Ávila el Ilustre Patronato de la Santísima Trinidad
y Nuestra Señora de las Vacas, que porta el paso del Cristo de la Ilusión. Que de ilusión también
se vive en este corral de comedias. Tiempos recios, como el vino de garnacha
peleón que hacen en Maluenda, el pueblo aragonés que tanto le gusta visitar a
este ministro del Interior con tanto fuego interior en su éxtasis místico.
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