Cuenta
César Rufino en las páginas de El Correo
de Andalucía el chiste del gangoso aquel que, por no atreverse a pronunciar
otra cosa, siempre que iba al bar pedía un vermú. Y estaba el hombre ya hasta
el hipotálamo de vermú”. A los españoles nos ocurre algo parecido con la
palabra democracia y con la palabra Europa. A fuer de tanto decirlas, nos
olvidamos de que este país es una oligarquía de partidos y de que europeos
tenemos lo que de vascos tienen los que habitan en el Condado de Treviño. Hemos
olvidado que las fábricas crean riqueza y hemos apostado por el turismo, que
también crea puestos de trabajo pero temporales y de baja cualificación. Damos por
hecho que invertir en I+D+i no trae cuenta. Es mejor que inventen ellos, es
decir, los de más allá de los Pirineos. Aquí ya hemos inventado el tinto de verano
y el rebujito para demostrar a los turistas que sabemos hacer bien las cosas
cuando nos lo proponemos. Al español le encandilan cuatro cosas: la marcha
palillera, las perfomances con el motivo que sea, no importa de qué se trate,
el fútbol, y tener una mujer gorda, ya que éstas tienen más pecho, más culo y
más de donde agarrar. Es el famoso síndrome del cebador, que es una variedad
del síndrome de Munchausen, que afecta mayoritariamente a los hombres por
aquello de que más vale que sobre y no que falte, o sea.
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