Recuerdo, de niño, cuando mis abuelos paternos enviaban
desde Madrid un paquete por navidades que contenía productos de consumo no
fáciles de encontrar en la tienda de comestibles del pueblo de la Vega del
Jalón en el que yo me encontraba. Me refiero a dulce de guayaba en caja de
madera, conos de rapadura, gofio,
frijoles
negros…, productos todos ellos fáciles de encontrar en la isla de La Palma, la
isla española más próxima al continente americano y de donde procedían los
Herrera (de San Andrés y Sauces); una
parte importante de mis antepasados paternos, alguno de ellos emigrados a Cuba
cuando esa isla todavía formaba parte de España. Allí nacieron mi abuela, en
Remates de Guane, provincia de Pinar del Río, y mi padre, en La Habana. Aquel
paquete, digo, contrastaba con otro que enviaban mis otros abuelos desde
Santander y que contenía sobaos pasiegos, hojaldres de Torrelavega, sacristanes
de Liérganes, (aquellas galletas en forma de lazo), queso, algún embutido y varios
botes de café
“Regil”, entre otras
viandas. La casa
Regil nació en 1853
y su fundador fue un
emigrante español,
José
Peral Revuelta, procedente de “La Montaña”, (nombre como era conocida la
provincia de Santander fuera de sus fronteras antes de que se llamase Cantabria
y
se cercenara de Castilla la Vieja),
creando en el pueblo de Regla, más tarde en La Habana, un
un tostadero de café. Dado el éxito de su negocio,
llegó a Cuba desde España un sobrino
,
Ángel Regil Peral, para trabajar con él, haciendo aún más prospero su
negocio. A la muerte de
José Peral
Revuelta, en 1881, Ángel Regil se trasladó a Guanabacoa, más tarde a La Habana,
para continuar con el próspero tostadero. Luego arribaron a Cuba otros sobrinos:
Abilio,
Félix y
José Carral Regil,
que años después se harían cargo de la dirección de la empresa. Sucesores de
los hermanos
Carral y Regil serían también
otros parientes llegados desde España:
Enrique
y
Domingo Trueba Regil, naturales
de Arredondo (Cantabria), gerentes de la sociedad desde 1933. Una vez
consolidada la sociedad,
José María
Serna y
Emilio Pérez Trueba idearon
el envasado el café molido en botes herméticos con el nombre registrado de
“Regil”. Recuerdo que
aquellos botes verdes y con tapa, una vez
vacíos, se utilizaban en la cocina de casa para guardar café molido con el que
hacíamos cada mañana “café de puchero” en la época de los ruidosos molinillos
de cajoncillo y manivela. Eran como cajitas de música con sonido de carraca monocorde de penitente en procesión de Viernes Santo. ¡Hay que ver lo que cundieron aquellos
foramontanos!
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