Desde la ventana del Hotel Malta, confort esmerado,
habitaciones a pupilaje con y sin baño, podía contemplar el destello intermitente
como un diente metálico haciendo la rata el faro de Punta Salou. Recordé a Cirila Guijarro, a la que conocí cuando
me disponía a ir a un bailoteo que ofrecía el Casino Mercantil. Esperábamos el
mismo tranvía, “Venecia-Delicias”. En aquella espera y en el corto trayecto
rompimos el canelón del silencio y hablamos como imanados por parejos deseos de
comunicación. Quedamos en vernos al día siguiente en la tranquera de Correos,
junto a los buzones con cabezas de león. Pero Cirila Guijarro no acudió a la
cita. Una tarde la reconocí en el Cine Fuenclara con un lechuguino que parecía
más joven que ella. Al principio sentí rabia, luego resignación. Se daban besos
fugaces. Se apagó la luz. Proyectaban “El
último tren a Katanga” y “Calabuch”,
además de un No-Do con escenas de la
última riada de Valencia, en sesión continua, que permitía pasar toda la tarde
y parte de la noche bajo techado, mirando la pantalla, o durmiendo, o soñando.
Me encontraba en pleno sopor cuando un vagón de aquel tren inmundo se
desenganchaba del resto del convoy cuenta abajo en aquellos parajes congoleños.
Mirélas butacas del otro lado del
pasillo y ellos ya se habían marchado. Salí hasta el ambigú y tomé un botellín
de orangina. Me había impresionado la
escena del vagóndesenganchado y cuesta
abajo. Era como cuando un reptil engullía a un pericote, o como cuando el
desalmado hijoputa de la carabina trababa, siendo yo un niño, un hilo a la
zanca de un mirlo, de un tordo, o de un gorrión; puede que hasta un andarríos,
o un jilguero, para que más tarde un sobrino suyo, que ahora es funcionario de
la Seguridad Social, lo arrastrase por el gallinero de aquella aldea perdida
entre cascarrias y sin dejarle tomar vuelo. Aquellos recuerdos eran como fotos
de la niñez que se habían quedado sepia por el compás del déspota reloj de la
vida, como la ligazón efímera con la esquiva Cirila Guijarro, o como un gemido
de monja ante el arrobamiento de un espantajo extrasensorial.
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