viernes, 27 de diciembre de 2019

Rompiendo el canelón del silencio



Desde la ventana del Hotel Malta, confort esmerado, habitaciones a pupilaje con y sin baño, podía contemplar el destello intermitente como un diente metálico haciendo la rata el faro de Punta Salou. Recordé a Cirila Guijarro, a la que conocí cuando me disponía a ir a un bailoteo que ofrecía el Casino Mercantil. Esperábamos el mismo tranvía, “Venecia-Delicias”. En aquella espera y en el corto trayecto rompimos el canelón del silencio y hablamos como imanados por parejos deseos de comunicación. Quedamos en vernos al día siguiente en la tranquera de Correos, junto a los buzones con cabezas de león. Pero Cirila Guijarro no acudió a la cita. Una tarde la reconocí en el Cine Fuenclara con un lechuguino que parecía más joven que ella. Al principio sentí rabia, luego resignación. Se daban besos fugaces. Se apagó la luz. Proyectaban “El último tren a Katanga” y “Calabuch”, además de un No-Do con escenas de la última riada de Valencia, en sesión continua, que permitía pasar toda la tarde y parte de la noche bajo techado, mirando la pantalla, o durmiendo, o soñando. Me encontraba en pleno sopor cuando un vagón de aquel tren inmundo se desenganchaba del resto del convoy cuenta abajo en aquellos parajes congoleños. Miré  las butacas del otro lado del pasillo y ellos ya se habían marchado. Salí hasta el ambigú y tomé un botellín de orangina. Me había impresionado la escena del vagón  desenganchado y cuesta abajo. Era como cuando un reptil engullía a un pericote, o como cuando el desalmado hijoputa de la carabina trababa, siendo yo un niño, un hilo a la zanca de un mirlo, de un tordo, o de un gorrión; puede que hasta un andarríos, o un jilguero, para que más tarde un sobrino suyo, que ahora es funcionario de la Seguridad Social, lo arrastrase por el gallinero de aquella aldea perdida entre cascarrias y sin dejarle tomar vuelo. Aquellos recuerdos eran como fotos de la niñez que se habían quedado sepia por el compás del déspota reloj de la vida, como la ligazón efímera con la esquiva Cirila Guijarro, o como un gemido de monja ante el arrobamiento de un espantajo extrasensorial.

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