En la sección
culinaria de Eldiario.es leo lo
siguiente: “¿Es sano beberse el jugo de las latas y botes de conservas?”. La
respuesta correcta sería que el líquido de cobertura o de gobierno (R. D.
2420/1978) es apto para el consumo
aunque no en todos los casos es saludable por contener, entre otras sustancias,
aditivos como antioxidantes y gran cantidad de sal, o puede que su interior
haya podido absorber sustancias de la hojalata, a veces recubierta de una
resina aislante e inerte. De inmediato he pensado en algo que tengo por
costumbre; o sea, beberme el jugo de las latas de berberechos, de melocotón en
almíbar y de espárragos. De todos ellos, el que más me gusta es el de
berberechos. No existe ningún placer que supere a tener cerca una mano de mujer
que te pueda rascar la espalda, y poder sorber sin ningún tipo de prejuicios ni
respetos humanos el líquido de un platillo de berberechos al que inicialmente
se le había puesto un chorrito de vinagre de jerez. El poder tener cerca una
mano de mujer para que ésta pueda ejercitar el difícil arte de acariciar y
rascar con suavidad la espalda también puede suplirse con un artilugio
consistente en un palitroque terminado en forma de pequeña mano arqueada. Yo
poseo uno de madera de boj, que me regalaron hace ya mucho tiempo. Reconozco
que es un buen invento y que, además, dada su simpleza, no tiene obsolescencia
programada como sucede con los electrodomésticos. Pero poder beber el líquido
que queda en el platillo de los berberechos enlatados, ay, merece mis mejores
elogios. Si les digo la verdad, nunca me he parado a pensar en el contenido de
ese líquido de color blanquecino, o si existe razón para preocuparse. Pienso
que no. Que sólo se trata del agua donde los berberechos han sido cocidos y que
tampoco tienen ningún interés nutricional. No hay que darle más vueltas. Tengo
un amigo, Casiano Garrafal Curtis, experto
taxidermista, que mataría por poder beberse el líquido del platillo de
berberechos cada vez que nos acercamos Coso abajo, a la Antigua casa Paricio,
una taberna de esas que ya casi no quedan en Zaragoza. Allí siempre tomamos
vermú casero con sifón, acompañado de gildas, sardinas en salmuera y
berberechos, de espaldas a un Frigidaire
eléctrico de madera y espejos de 1934 y a un pequeño letrero donde puede leerse
“Se prohíbe la blasfemia y la palabra
soez”. Al terminar los berberechos, Casiano toma el platillo por una
esquina con dos dedos en forma de pinza, se da la vuelta sobre una baldosa,
igualito que en el baile del chotis, levanta la cabeza como el torero que
saluda al respetable y lo toma de un sorbo. Después vuelve a darse la vuelta en
el sentido de las agujas del reloj y deposita el platillo sobre el mostrador
con un arte parecido al que tiene el fogonero cuando echa carbón a la caldera
de la locomotora.
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