sábado, 21 de diciembre de 2019

El convoy traqueteante




El diario La Vanguardia señala que, según la consultora Ipsos, “hay un 33% de los españoles a los que no les gustan las fiestas navideñas. Un 27% de ellos afirma que esas fiestas les agradan muy poco –son más que el 26%, que afirma las adoran– y un 6% directamente las odia”. Yo formo parte de ese 6% desde que tengo uso de razón por diversas causas que ahora no hacen al caso, y reconozco que en las cenas de Nochebuena suelo esforzarme por conseguir que todo transcurra en buena armonía. Eso sí, siempre evito hablar de política o de religión (el fútbol no lo contemplo), donde jamás nos ponemos de acuerdo. Tampoco acostumbro a poner en casa signos relacionados con esas fiestas tradicionales, y si recibo alguna felicitación escrita, por suerte cada vez menos, la tiro a la basura como si fuese propaganda. Eso de “feliz Navidad y próspero año nuevo” se me antoja como un insufrible tópico. José Antonio Garmendia, sobre el que escribí días pasados, decía respecto al nacimiento del Nazareno que a él le gustaba más “cuando lo matan”, refiriéndose a la Semana Santa. Se comprende, era sevillano de nación. En Andalucía el culto de latría y el culto de dulía se mezclan en un cóctel místico explosivo de difícil manejo, considerando que al Nazareno sólo se le puede dar culto de latría a partir de su resurrección, ya que en vida (incluidas pasión y muerte) sólo se le podría dar, si acaso, culto de “dulía relativa”, como es el caso de las imágenes procesionales o las reliquias, al no merecer culto por sí mismas. La Navidad, por resumir, es un convoy que circula una vez al año y que en cada viaje arrastra menos vagones.

No hay comentarios: