Dicen que el mensaje de Felipe VI la víspera de Navidad fue visto por siete millones y
medio de espectadores. Yo no sé si de alguna manera se puede saber cuántas
televisiones hay encendidas a la vez en España. De ser así, en el supuesto de
que se sepa, toca saber el número de personas que estaban atentas a la pantalla
en el momento del discurso real, si tenemos en cuenta que tal conexión era
sincrónica en todas las principales
cadenas. A mi entender, una cosa es tener encendido el televisor y otra, estar
atento a un mensaje que igual sirve para un roto que para un descosido. Los
mensajes huecos y lacónicos, vacíos de contenido y leídos en el teleprónter, donde se refleja el texto
de una noticia o de un discurso, quitan, además, expresividad en el rostro de
aquel que lo lee. El ciudadano, en el caso que nos ocupa, ya intuye de antemano qué se va a intentar
comunicar por la experiencia de otros años; es decir, salir del paso sabiendo
nadar y guardando la ropa. Karina Sáinz
Borgo, en Vozpópuli, cuenta que
el mensaje real “igual servía para inaugurar un puente que para una entrega de
premios. Sus palabras pasaban de lado a las cosas a las que realmente aludían,
apenas sin rozarlas. Cataluña como
quien evita decir desastre, entendimiento cual versión baja en grasa de
desaparición o la invocación al futuro como una forma de esperar a que las
cosas se arreglen solas. (…) La demasiada precaución delata temor, y desde ya
hace unas semanas los españoles perciben a un Rey que por no abusar del mando
acaba sometido al arbitrio de otros, alguien que acepta y traga con entregar
los premios princesa de Girona en
Barcelona. (…) Y será justo ese exceso de prudencia, esa falta de
intervención, una amenaza más seria que la de quienes buscan el fin de la
monarquía”. Joaquín Osuna, en el
mismo diario, cuenta que “quizás será el momento de plantearnos si merece la
pena tener un Jefe del Estado tan lacónico. Ha dedicado [en su discurso] un
tiempo a consolar a las víctimas de los últimos desastres naturales pero no ha
dedicado ni una palabra a los españoles que, en gran parte del territorio
nacional, sufren discriminación y marginación por el hecho de serlo y querer
seguir siéndolo. A esos ni agua. (…) Porque cuando el futuro gobierno plantee,
que lo hará y muy pronto, un referéndum sobre Monarquía o República, será muy
difícil defender una institución monárquica que solo pueda exhibir una hoja de
servicios equivalente a la de ese perrito que está situado tras la luna trasera de
muchos coches y que asiente constantemente”. Todo se andará.
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