viernes, 6 de diciembre de 2019

Lobos


Leo en El Correo de Zamora que expertos en el canis lupus estudian sus aullidos en la Sierra de la Culebra. Han llegado a la conclusión de que son más comunicativos en zonas deshabitadas. Parece normal que ese animal, tan perseguido por el hombre armado e inculto, le tenga miedo. Rodríguez de la Fuente supo entender a los lobos e incluso llegó a acariciarlos. Existe un lobo, en este caso un lobo viejo, de nombre Renco, que narra sus propias experiencias y se convierte en el protagonista de su propia historia. Forma parte del contenido de un precioso libro de Borja Cardelús (“Furtivo”,  Planeta, 1993). La mala fe parte de los cuentos infantiles, donde se presenta a los niños como un animal astuto y malvado que vive algo más de quince años y que engaña y mata. Desde 1970 su número se ha ido reduciendo y parece encontrarse en una etapa de peligro de extinción. Hasta existen asociaciones que gestionan la caza del lobo como diversión por internet. Lo llaman “aguardo del lobo ibérico”. Javier de Benito Hernández, en la revista Moncloa (13/10/19) explica su técnica: “Consiste en hacer noche en el campo, escopeta en mano, a la espera de que uno de estos animales aparezca de madrugada para pegarle un tiro. Antes de apretar el gatillo, el comprador debe haber ingresado una reserva de unos 2.000 euros. Una vez muerto el lobo, para que el cazador pueda llevarse el “trofeo”, debe abonar el resto del dinero. En la mayoría de los casos son otros 1.500 euros (llegando incluso a 2.000) que algunas de las compañías que gestionan este tipo de prácticas exigen que sea en metálico”. (…) “Una de esas asociaciones (web Cazaenabierto.com) pide 3.500 euros por matar a un lobo en la Sierra de la Culebra, en la comarca de Sanabria (Zamora)”, precisamente ahí, donde, como decía al principio, unos expertos amantes de los lobos estudian sus aullidos. Son las dos caras de la misma moneda. Estoy convencido de que si esos desaprensivos cazadores mirasen de cerca a los ojos de los lobos no se atreverían a apretar el gatillo sin pensárselo dos veces.

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