Nombrar a José
Antonio Garmendia Gil (Sevilla, 1932-2007) significa recordar a un señor
muy alto, con una barba blanca enorme de franciscano, casi siempre vestido de
negro, con el pecho lleno de colgantes y eterno paseante por las calles y las
tascas del centro de Sevilla. Licenciado en Química, ejerció varios oficios.
Escribió en varios periódicos, se asomó a la radio, publicó chistes en La Codorniz y escribió una veintena de
libros, entre los que se encuentran “Poemas
de pulpa y cascabel”, “La fauna ibera”,
“El Locamerón”, “Florilegio de choradas”, “El
Diccionario de Cipriano Telera (y siete cartas a opá)”, “La Pasión llena de Gracia”, “La taberna de El Traga”… También fue el
autor de un autorretrato en verso que editó en El Correo de Andalucía, en 1970: “Nací en Sevilla; mi apellido es vasco. Vasca mi sangre, vasca mi figura…”.
Tuvo muchos amigos, entre ellos Benito
Rodríguez Rey, más conocido como El
Beni de Cádiz, conocido cantaor
de flamenco gaditano fallecido en Sevilla en 1992, cuando contaba 62 años.
También regentó un bar en El Postigo, en barrio del Arenal, llamado El colmaíto, que contaba con una sola
mesa. Por su negocio pasó lo más selecto
del arte y el toreo. A El Beni igual le daba cantar fandangos y rumbas que
zambras o caracoleras. Por cierto, dicho sea de paso, hubo en Sevilla un
costalero que en la procesión del Lunes Santo de 1999 murió de repente en El
Postigo mientras el cofrade mayor gritaba: “Al cielo con él”, que era la orden
que daba para que el paso en reposo se levantara del suelo y comenzara a
moverse merced al esfuerzo humano. De El Beni, contaba Garmendia infinidad de anécdotas.
Muchas de ellas las reflejó en “La
taberna de El Traga”. Pero hay, por cierto, una anécdota de este cantaor gaditano recogida por el poeta Antonio Hernández referida a El Beni de
Cádiz, cuando tras una placa colocada en casa de José María Pemán, El Beni le preguntó a El Cojo Peroche: “¿Y cuando yo me muera, qué pondrán en la fachada
de mi casa?”. Contestación de El Cojo Peroche: “Se vende”. Pero aún existe otra
anécdota más hiriente, si cabe, también referida por Antonio Hernández: Durante
una juerga flamenca pagada por el acaudalado adulador de turno, un exdirector
general franquista le preguntó a El Beni: “¿Usted de dónde es?”. El Beni le
respondió: “De Cádiz”. Tras un reiterado interrogatorio del político fascista y
las respectivas respuestas lacónicas de El Beni, aquel exdirector general le
espetó de forma grosera: “¿De Cádiz, dice usted? De donde son los maricones”.
El Beni, ya harto, le preguntó al político: “¿Y su mujer, de dónde es,
caballero”. Respuesta del político: “De Calatayud”. El Beni se vino arriba, se
puso de pie, pidió silencio al resto de los acompañantes de aquel imbécil, y
dijo: “Señores, ¿saben ustedes de donde es la mujer de este tío? ¡De Calatayud!
De donde son todas las putas y muchos de los cornudos, porque también habrá en
Calatayud algún forastero”. Se armó la gresca. No se sabe cómo terminó aquello,
aunque supongo que como el rosario de la aurora. Contaba Garmendia en “La taberna del Traga” otra anécdota referida
a El Beni de Cádiz y a El Cojo Peroche. Una noche, ambos fueron a un cine de
verano en la Alameda de Hércules. Como dice Garmendia, “un cine de pipas de
girasol, de higos chumbos, y de esmerado servicio de nevería”. Proyectaban una
película del Oeste con muchos tiros. “En medio de una batalla campal -sigue
contando Garmendia- entre los buenos y los malos, con tantísimos disparos que
el cine olía a pólvora, ese Cojo que se levanta de su silla de enea. Y con
aquella voz, dificultosa e inconfundible como su cojera, va y le dice al
compadre:”Beni, yo me voy a mear. Cúbreme”. La cosa no era para menos.
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