Zósimo
Mingorrubio entendía mucho sobre licorería, arte
que había aprendido de joven en Calatayud,
en Casa Esteve Dalmases, donde
se fabricaba el anís La Dolores y el licor Monasterio de Piedra. Era sabedor
de que con jínjoles, que es la fruta del azufaifo, se podía hacer un gran licor
estomacal de sabor agradable, similar al de guindas o arañones. El azufaifo,
dicho sea para conocimiento del profano que intente rascar en el dificultoso
arte de confeccionar esencias tonificantes capaces de disipar el espectro de la
impotencia y aclarar las ideas, es un árbol espinoso no muy alto y con ramas en
zigzag, como las hirvientes ideas de Paulino Valderrama cuando practicaba el
arte de fabricar serventesios para la
potable patrona, donde estaba a pupilaje en la Pensión Maroto. Luego los escuchaba doña Pilarín, creo que se llamaba doña Pilarín, con complacencia
mientras rehogaba los mondongos del cocido madrileño los martes y los viernes
de cada semana, salvo en Cuaresma, que disponía de marchamo de cristiana y
decente. El azufaifo florece en junio, cuando el espárrago triguero ya no es
deseado ni por el caballo, ni por el asno, pero los jínjoles maduran en otoño.
--La azufaifa es la espina santa andalusí. ¿Lo sabía
usted?
--No tenía ni idea, don Zósimo, pero si usted lo
dice…
--Hombre, se lo comunico para que se vaya usted
enterando.
--Eso que me diga…
Paulino
Valderrama era viudo y amante de los restaurantes chinos. Seguro que allí
echarían a los rollitos de primavera y al cerdo con salsa de bambú serotonina,
o al menos eso mantenía Zósimo, que se lo había escuchado contar al catedrático Andrés Pie en una conferencia que dio en el Ateneo de Zaragoza. También
aseguró Zósimo a Paulino que sucedía lo
mismo con el plátano. Le recordó que la serotonina era un neurotransmisor que
apaciguaba y reducía el apetito, y que los chinos se las sabían todas, también
jugar al go, y que por eso tenían la cara ambarina y unos ojos rasgados que les daban un aire de sospechosos de no sabemos qué, al menos Zósimo no llegaba a
poder descifrar el arcano.
-No, si yo ya…, ya , yo…
No se esfuerce, don Paulino, que también en la mili
nos echaban bromuro en la sopa y aquí seguimos. Lo malo de los venenos es la
dosis. Ahí está el quid de la cuestión, no le quepa duda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario