jueves, 26 de diciembre de 2019

Zósimo Mingorrubio, vinos y licores



Zósimo Mingorrubio entendía mucho sobre licorería, arte que había aprendido de joven en Calatayud,  en Casa Esteve Dalmases, donde se fabricaba el anís La Dolores y el licor Monasterio de Piedra. Era sabedor de que con jínjoles, que es la fruta del azufaifo, se podía hacer un gran licor estomacal de sabor agradable, similar al de guindas o arañones. El azufaifo, dicho sea para conocimiento del profano que intente rascar en el dificultoso arte de confeccionar esencias tonificantes capaces de disipar el espectro de la impotencia y aclarar las ideas, es un árbol espinoso no muy alto y con ramas en zigzag, como las hirvientes ideas de  Paulino Valderrama cuando practicaba el arte  de fabricar serventesios para la potable patrona, donde estaba a pupilaje en la Pensión Maroto. Luego los escuchaba doña Pilarín, creo que se llamaba doña Pilarín, con complacencia mientras rehogaba los mondongos del cocido madrileño los martes y los viernes de cada semana, salvo en Cuaresma, que disponía de marchamo de cristiana y decente. El azufaifo florece en junio, cuando el espárrago triguero ya no es deseado ni por el caballo, ni por el asno, pero los jínjoles maduran en otoño.
--La azufaifa es la espina santa andalusí. ¿Lo sabía usted?
--No tenía ni idea, don Zósimo, pero si usted lo dice…
--Hombre, se lo comunico para que se vaya usted enterando.
--Eso que me diga…
 Paulino Valderrama era viudo y amante de los restaurantes chinos. Seguro que allí echarían a los rollitos de primavera y al cerdo con salsa de bambú serotonina, o al menos eso mantenía Zósimo, que se lo había escuchado contar  al catedrático Andrés Pie en una conferencia que dio en el Ateneo de Zaragoza. También aseguró Zósimo a  Paulino que sucedía lo mismo con el plátano. Le recordó que la serotonina era un neurotransmisor que apaciguaba y reducía el apetito, y que los chinos se las sabían todas, también jugar al go, y que por eso tenían la cara ambarina y unos ojos rasgados que les daban un aire de sospechosos de no sabemos qué, al menos Zósimo no llegaba a poder descifrar el arcano.
-No, si yo ya…, ya , yo…
No se esfuerce, don Paulino, que también en la mili nos echaban bromuro en la sopa y aquí seguimos. Lo malo de los venenos es la dosis. Ahí está el quid de la cuestión, no le quepa duda.

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