Con la llegada de los trenes de alta velocidad se
terminó poder pisar los andenes de las estaciones para despedir a un amigo, o a
un pariente por línea política que se
marchaba con la música a otra parte. Y al viajero, antes de pasar al andén, le
pasan por un arco detector de metales por si llevase encima una navaja
cachicuerna o una pistola detonadora para asustar a los fantasmas de la noche.
Y con el invento de las maletas con ruedas se terminó para siempre el viejo
oficio de maletero. Aquellos “mozos del
exterior” eran muy respetuosos y en pago a su esfuerzo se conformaban con
pedir la voluntad del cliente. También se perdieron para siempre las “Librerías de Ferrocarriles”, situadas en los andenes, donde podías adquirir desde una novela del
Oeste hasta el diario España, de Tánger,
que se me antojaba como más liberal. De
hecho, muchos periodistas republicanos buscaron en la redacción de ese diario
su último refugio. Recuerdo haber leído (perdonen que no sé ahora dónde) un
artículo de Fernando Santiago,
colaborador habitual de Diario de Cádiz,
titulado “La leyenda del diario España,
de Tánger) que me dejó de una pieza. Decía: “Una vez me contó el añorado
cantaor Chano Lobato que durante
el franquismo buscaba el diario España entre los marineros de los
barcos de pesca que llegaban al puerto de Cádiz y se iba a la azotea de su casa
a leerlo con tranquilidad. Chano Lobato era vecino del Barrio de Santa María,
el único lugar donde hubo algo de resistencia al golpe de Estado de 1936 y el
principal reducto obrero del Cádiz interior. Chano veía en aquel periódico una
serie de informaciones que no se podían leer en la aburrida y censurada prensa
de la época. Hasta la Ley Fraga los
periódicos tenían que pasar antes por el censor que en Cádiz era un afamado
crítico taurino que fue republicano en la República y que se cambió de bando
después del 18 de julio porque así se lo recomendó el Nazareno, según decía. El tipo recibía en una casa de alterne de la
calle de la Plata y ataviado solo con un abrigo de mujer marcaba en rojo
lo que no se podía publicar” (…) “El España tenía libertad absoluta para hablar de cultura, internacional y sociedad.
Podía poner en su primera la concesión del Nobel a un exiliado, Juan Ramón Jiménez, por encima de la
tradicional audiencia de Franco.
Poco a poco el España se
convirtió en un mito para los demócratas españoles. Los que pudieron disfrutar
de su lectura hasta su desaparición en 1971 y todos los que luego conocimos de
su existencia”. El diario España contó con un suplemento semanal llamado “Don José”, desde 1955 hasta
1958. Se publicaba en Tánger, aunque su redacción estuvo en Madrid, dirigida
por Antonio Mingote. En aquel
suplemento colaboraron los más prestigiosos dibujantes: Goñi, Cebrián, Oli, Miranda…, además de estupendos columnistas que hacían su trabajo en
clave de humor.
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