jueves, 5 de diciembre de 2019

Aria moribunda


Es triste vivir en un zaquizamí, aunque tal buhardilla se encuentre en la zona más cara de la ciudad, donde los camareros de los bares van de chaquetilla blanca y pajarita negra y donde las señoras usan abrigos de pellejina hasta para ir a comprar chirlas al puesto del mercadillo. El día de san Pedro Nolasco de 1966 seis amigos dieron sepultura a Bernardo  Benavente Cabrera, alias Espigarda Chico, que se había cortado la coleta en la plaza de Cuenca el 15 de agosto de 1921, día de la Asunción. Al menos, eso cuenta Camilo José Cela en “Nuevas escenas matritenses”. Es malo que te pille un toro. Peor aún que le enfile a uno la cuerna de la desgracia siendo ya anciano y se vea en la necesidad de montar un cajoncillo en la calle y una silla de tijera para vender cajetillas de tabaco. Hay cerilleros con mejor suerte, como Alfonso en el Café Gijón; que, además de vender tabaco y estar caliente, conocía a la distinguida clientela que acudía a las tertulias literarias y que, a veces, le invitaba a una orangina o a una copita de anís; o limpiabotas, como mi amigo El Chava, en el café Pavón, de Calatayud. En ese sentido, nada como leer a Francisco Umbral y la primera noche que entró en aquel Café: “Puede que fuese una noche de sábado. Había humo, tertulias, un nudo de gente en pie, entre la barra y las mesas, que no podía moverse en ninguna dirección, y algunas caras vagamente conocidas…”. Aquel chico de Valladolid había llegado a Madrid para quedarse, creo que en 1960, y el motivo de su viaje no era otro que poder “dar una lectura de cuentos en el aula pequeña del Ateneo, traído por José Hierro", y tuvo la suerte de poder encontrar un hueco en uno de los divanes. Conservo una foto de El Mundo (30/08/2007) donde aparece  Pedro J.Ramírez del brazo de María España a su llegada al cementerio de la Almudena dispuestos ambos a asistir a una ceremonia civil consistente en una sobria despedida del escritor de apenas quince minutos, que concluyó con música de Verdi y de Joaquín Rodrigo y el inopinado rezo de un padrenuestro demandado por Inés de Oriol, una de sus musas. Y allí quedó Umbral, como maleta en consigna de estación, cerca del hijo muerto que le inspiró su elegíaca novela “Mortal y rosa”.

No hay comentarios: