miércoles, 20 de diciembre de 2023

El crisóstomo Laburu

 

En la iglesia de San Nicolás, en el Arenal de Bilbao, existe la partida de bautismo de un niño bautizado el día 4 de junio de 1887, nacido el día anterior a las cinco y cuarto de la tarde en el cuarto piso de la casa número 14 de la calle de Sombrerería, que es la que hace esquina con la calle de la Cruz y plaza actual de Unamuno, donde vivían sus padres: el dentista Enrique de Laburu y su mujer, Enriqueta de Olascoaga. Fue educado en el colegio de los jesuitas de Orduña. Más tarde hizo Biología en Zaragoza y Madrid. En 1917 publicó un “Manual de Citología e Histolo­gía” y en 1925 presentó en Bilbao otro libro suyo, “Origen y evolución de la vida”. La editorial Mosca, de Montevi­deo, publicó otras muchas obras suyas como “Psicología médi­ca o Anormalidades del carácter”, “Los sentimientos”, “El poder de la voluntad”, etc. Fueron abundantes sus colaboraciones en revistas espe­cializadas o de literatura religiosa.  Posteriormente se ordenó sacerdote y demostró ser un gran orador desde que diese su primera conferencia en Bilbao, en 1921, en la Escuela de Artes y Oficios de Achuri. A partir de entonces arrastró masas escuchando sus fogosos sermones. En el ámbito taurino, todavía se recuerda su conferencia en Madrid, en el Teatro de la Comedia, en 1935 con “lleno hasta la bandera”. Dos años antes, ese teatro madrileño sirvió de escenario para la fundación de la Falange. Se decía que la voz del padre Laburu “estaba plagada de mil matices y sortilegios”. Siendo niño, recuerdo haber acudido con mi abuela materna a un templo de Santander, posiblemente a Santa Lucía, donde el padre Laburu con su crisóstoma voz  recalcó desde el púlpito que cantar era como rezar dos veces. Ayer, 19 de diciembre, en el reverso del taco del calendario de los jesuitas, al que le quedan ya pocas hojas, leí algo que me hizo sonreír. Había un chascarrillo que decía más o menos lo siguiente: El párroco animaba a los fieles a cantar y se le ocurrió decir: “Los que habéis recibido del Señor voz timbrada y buen oído, tenéis la oportunidad de darle las gracias. Quienes no lo sientan así, ahora tienen la ocasión de vengarse… ¡Pero, por favor, cantad!”. Y me acordé del padre Laburu, de mi abuela, del apacible gorjeo del jilguero, de un tipo con rostro de suela de zapatilla que cuando se achispaba con absenta salía al balcón a tocar con la viola de gamba “Rosas del Sur”…, ¡yo qué sé…!

 

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