domingo, 24 de diciembre de 2023

Todo está por llegar

 



Ayer por la noche estuve viendo un “informe” en TVE sobre los coches eléctricos, que serán por una directiva europea los únicos que circularán por nuestro territorio patrio cuando desaparezcan los motores de explosión, en 2035. Pero lo que más me impactó al escuchar tal “informe” fue que la batería vale un tercio del precio del coche, que tampoco es barato. Yo, por mi edad, todavía conocí de niño cómo los  arrancaban por medio de una manivela, de la misma manera que las motos arrancaban presionando con pie a una palanca lateral. Las baterías resolvieron todo aquello por medio de un botón de contacto, o media vuelta a una llave, para poner en marcha el motor de arranque. También sucedía que a la moto se le solía poner la “perla” en la bujía y había que limpiarla para que volviera a dar chispa, y que a los motores de arranque con el tiempo se les estropeaban las escobillas y había que cambiarlas, algo que sucedía también con la batería o con la tapa del delco. Y en la guantera siempre llevabas dos correas trapezoidales de repuesto, fáciles de cambiar con la ayuda de una llave inglesa. Pero ahora viendo los coches modernos sería incapaz de meterles mano. Llevan más chivatos que el panel de control de una azucarera y más componentes chinos que un satélite artificial. Digo más, en los coches que estarán en el mercado en el próximo futuro, como te quedes sin corriente en un descampado te quedas allí a vivir; y si se te rompe la batería, apaga y vámonos. Cuando cuesta más el collar que el perro, mejor es dedicarte a la filatelia o al encaje de bolillos. No se debe vender el coche para comprar gasolina ni comprar un coche cuando el precio de su pesada batería vale un Congo, medio Camarún y cuarto y mitad de Gabón. Vamos, que no parece sostenible su mantenimiento y en los bancos, hoy, para conseguir un préstamo debes acudir a la oficina con 79 años de edad y acompañado de tu padre. Además, como los coches eléctricos no hacen ruido, ves pasar el paisaje como el que ve llover. A mí me siguen gustando las motos y los coches de siempre, o sea, la “vespa”, los “cuatro latas”, el “600”,  los utilitarios con baca en el techo y los motocarros como el de la película “Plácido”  (1961) que aún vemos en las cintas españolas de los años sesenta y que tanto gusta reponer en”Cine de barrio”. Como dice don Sebastián a don Hilarión en la zarzuela “La verbena de la Paloma”, “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”, cuando don Hilarión le dice a don Sebastián que “el aceite de ricino ya no es malo de tomar porque se administra en pildoritas y el efecto es siempre igual”. El “600” cambió la historia de España. Este año que termina ha hecho cincuenta de la fabricación del último coche. No tenía cinturones de seguridad, ni retrovisores exteriores, ni aire acondicionado, ni radio, pero íbamos en él a la playa con toda la familia dentro sin importar que el trayecto durase siete horas por carreteras infames, el radiador echase humo y las ruedas fuesen recauchutadas. Nada importaba. Cuando parábamos en un bar de carretera para tomar un café y estirar las piernas nos sentíamos reventados pero importantes. Más cansaba –pensábamos- el “Shanghái”  de Galicia a Cataluña, que en el billete había que incluir un extra por “exceso de velocidad” pese a que siempre llevaba retraso. No sé, no sé, todo está por llegar… ¡Feliz Nochebuena!

 

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