viernes, 1 de diciembre de 2023

La costumbre de malvivir

 


Ahora, cuando se extiende la costumbre de comprar por “Amazon”  desde una cafetera hasta un impermeable, imagine el lector si los días  anteriores a las fiestas navideñas tocasen el timbre de la puerta los repartidores de paquetes solicitando el aguinaldo por medio de una cromolitografía con unos ripios. Son tradiciones que van desapareciendo. Ya no conocemos al cartero, ni al barrendero, ni al zapatero que ponía medias suelas, ni al vigilante nocturno, porque solo existen en el recuerdo colectivo. Desparecieron casi al mismo tiempo que los maleteros de estaciones de ferrocarril, que transportaban deslomados maletas ajenas por los andenes de viajeros hasta la parada de los taxis cuando las maletas no tenían ruedas y pesaban como butrinos. Quizás los serenos fueron los más duchos a la hora de elaborar versos en las tarjetas. Pongo un ejemplo”: “Las noches de doce meses/ el vigilante las pasa/ cuidando de vuestra casa/ y de vuestros intereses./ Quien os desea en verdad/ que tengáis, sin desengaños,/ salud y felicidad/ para disfrutar mil años/ las Pascuas de Navidad”. No me digan que no es entrañable. La contrapartida era poder recibir al menos un "pavo", es decir, un duro, que era lo que costaba un pavo de corral vendido por las vías urbanas a finales del siglo XIX. Hoy ya nadie abre la puerta de casa si no espera visita, los crismas murieron con el teléfono móvil, las cajas de ahorros ya no regalan agendas ni calendarios desde su desaparición ganada a pulso por su corrupción manifiesta, y ciertas viejas profesiones se marcharon por el camino del olvido para no regresar. Casi nadie arregla zapatos ni zurce medias, ni vende barquillos al grito pelado de “rico parisién”, ni encienden faroles, que se encienden sin la ayuda de nadie, los grandes almacenes terminaron con aquellos sastres que en los tebeos perseguían a los clientes morosos, la Iglesia católica perdió a chorro fieles que dieran limosna en los cepillos de las parroquias, el cartero hoy, cuando pica el timbre de un vecino es para pedirle el favor de que le abra la puerta del edificio, la propaganda de lo que sea entra en las casas por el teléfono a la hora de la siesta, el médico de cabecera te da cita para dentro de dos meses; los fármacos que entraban en el petitorio de la Seguridad Social se han reducido, y hasta el sueño de Carpanta por comerse un pollo asado ya no aparece en las viñetas de los modernos cómics. Hoy los pedigüeños se han convertido en legión, el hambre calagurritano se aminora con las marcas blancas de los hipermercados, también con las infames hamburguesas de las multinacionales, la falsa mortadela de los ultramarinos y el chorizo de Pamplona elaborado en Alpedrete, y hasta el tormento por la costumbre de malvivir parece que punza menos en la oficina de las tripas.

 

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