miércoles, 13 de diciembre de 2023

Ver a las sabandijas correr

 



Hasta hace unos años, al llegar estas fechas compraba el turrón, los mazapanes, el guirlache y los polvorones, y me daba el capricho de llevarme a casa una botella de licor de lo que fuera, daba igual  de anís, de pacharán, de  hierbas… Y después de la cena de Nochebuena descorchaba la botella de licor y me servía una copita. Pero entre el vino, el cava, el licor, el exceso de comida y los mazapanes, me veía obligado a tener que tomar una pastilla contra el ardor de estómago antes de ir a la cama, donde tampoco dormía bien. Ahora es distinto. Procuro comer ajustadas raciones, beber agua fresca y terminar a ser posible con una pieza de fruta. También tengo por norma no poner belén ni árbol con adornos. Digamos que mis fiestas navideñas se resumen en un único deseo: que se terminen pronto, que los ayuntamientos quiten cuanto antes las luces de las calles, que se modere el desenfrenado consumo y que todo vuelva a la normalidad. Siempre he abrigado la teoría de que las fiestas, patronales, navideñas o de lo que sea, crean un trastorno social que rompen el equilibrio de la rutina y de lo que ésta tiene de positivo. El lector podrá llamarme aburrido. Sí, lo soy, ¡y a mucha honra!  Los banquetes, los intercambios de regalos y ese ambiente chocarrero, ordinario y ramplón en el que se produce la relajación de las normas sociales no van con mi manera de ser. Para divertirme, me basta con ver a las sabandijas correr. No tengo becerro al que adorar  ni amo al que servir; ni tampoco tengo necesidad de sentarme a la mesa con unos compañeros de trabajo que casi desconozco; ni que idolatrar a Saturno (dios protector de los sembrados) al pie de la colina del Capitolio; ni siento el deseo que alguien trate de elevar mi moral coincidiendo con el nacimiento del Sol invictus en el signo de Capricornio, que el Cristianismo  hizo coincidir con el nacimiento del Mesías en Efrata (el libertador prometido que profetizó Isaías y donde ahora se matan a tiros) en un intento de laminar las costumbres paganas, de la misma manera que se sobrepusieron santuarios sobre mezquitas para “robarles escena”, y aprovecharon los alminares donde convocaba el almuédano en las horas de oración para transformarlos en atalayas rematadas en linternas de campanarios.

 

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