viernes, 22 de diciembre de 2023

El tapón de la sidra

 


Recuerdo que siempre, el 22 de diciembre, era el día en que comenzaba mara mí la Pascua de Navidad, que es una de las tres pascuas. Todo estaba dispuesto para la cena de Nochebuena: además de las viandas culinarias, el típico turrón de Jijona y Alicante, o sea, el blando y el duro, unas barritas de guirlache, algo de mazapán y las botellas de sidra “El Gaitero”, el único “champán” que se tomaba en casa. Cuando descorchaba mi padre la botella verde con ínfulas de "Veuve Cliquot, le pedía que diese taponazo como había visto en las viñetas del TBO. Siempre terminaba el corcho pegando en el retrato de la Purísima, en una lámpara, o perdiéndose encima de un aparador. Aquello del taponazo me recordaba cuando, con motivo de la fiesta de la fábrica de azúcar en honor de san Isidro,  a un miembro de la comisión de festejos se le ocurrió tirar un cohete volador con la mano, sin la ayuda de la obligada tablilla lanzadera. Le prendió fuego a la mecha con su cigarro “farias” y el petardo salió zumbando hacia arriba como alma que lleva el diablo. Pero durante su trayecto el cohete cambió de rumbo en parábola y voló como un misil hasta colarse por una ventana abierta del chalé del director, donde se hospedaba como invitado un señor muy serio llegado el día anterior desde Madrid y que ostentaba una alto cargo en las oficinas centrales. El miembro de la comisión que había lanzado el cohete sintió morirse. No sabía dónde meterse. La explosión fue tremenda. Al poco comenzó a salir por la ventana el humo negro de la pólvora quemada. Se hizo un silencio general que se podía cortar. El gerifalte de Madrid estaba echando la siesta. Dio un brinco de la cama y entre toses y humos se asomó en calzoncillos muy mareado, como el boxeador al que le acaban de propinar un cate. Aquel atentado a su integridad física debía ser castigado. Ya asomado, preguntó a gritos: “¿Quién ha sido…?”. Todos miraban hacia la ventana en absoluto silencio. Al que había tirado el cohete le temblaban las piernas, su sudor era frío y se había quedado alalo. Ya se veía en la calle. Tuvo suerte, nadie le delató. Horas más tarde pude ver al gerifalte de Madrid tomando una copa de anís en el ambigú mientras la banda de música de Jaraba interpretaba el foxtrot “Y tenía un lunar”, que bailaba con maestría la mujer del jefe de la Estación con un yesaire revocador.

 

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