Si san José viviera hoy entre
nosotros posiblemente sería un obrero en paro o, todo lo más, un trabajador por
cuenta propia, o sea, un autónomo, y como tal estaría obligado a pagar el IBI
por el uso del local, a estar dado de alta en la Seguridad Social,
a declarar el IVA por los trabajos facturados, a responder de forma ilimitada con todo su
patrimonio presente y futuro, a pagar el correspondiente suplemento para cubrir
las contingencias derivadas de accidentes y enfermedades profesionales, a hacer
la correspondiente declaración censal
(modelo 036) que incluyera la solicitud de declaración de alta en el negocio y
el correspondiente NIF, a solicitar el alta en el IAE, además del cumplimiento
de determinadas conformidades municipales y comunitarias sobre materia de
seguridad e higiene. Y si al emprendedor
le fuese mal el negocio, tampoco tendría derecho a recibir paro ni
subsidio de desempleo. Con la fiesta de san José Obrero, establecida por
Pío XII en 1954 en memoria del humilde obrero de Nazaret esposo de María, se
pretendió mantener alta la dignidad del obrero manual desde un peregrino
argumento: “Si bien es cierto que a la sociedad le son necesarios los
intelectuales para idear, no lo es menos que, para realizar, le son del todo
imprescindibles los obreros. De lo contrario, ¿cómo podría disfrutar la
colectividad del bienestar, si le faltasen manos para ejecutar lo que la cabeza
ha pensado?”. La Iglesia Católica
nos presenta a un José humilde que malvive en una cueva, con las manos
encallecidas, sufriente… Dejó escrito Nietzsche que “la felicidad y la ociosidad inducen a tener pensamientos;
todos los pensamientos son malos y el hombre no debe pensar. La indigencia no
le permite al hombre pensar”. A la jerarquía de la Iglesia Católica
le ha dado buen resultado desde tiempo inmemorial la técnica de “subirse a la
chepa” en construcciones, en ideas y en formas; es decir, donde existía un
templo pagano, una sinagoga o una mezquita se “superpuso” una iglesia o
catedral (Santiago de Compostela, Córdoba, La Seo de Zaragoza, etcétera); donde preexistía una
arraigada religión judía se le añadió la llegada del Mesías aunque conservando
intacto todo el Antiguo Testamento, por desarmar tal religión de contenido; se
ensalzó hasta lo inimaginable la figura de la Virgen por trastocar las ideas luteranas que mantenía y sigue
manteniendo la Europa
más desarrollada económicamente; y, cómo no, se utilizó la humilde figura de un
obrero sin intelecto que le permitiese discurrir,
la de san José, frente al Día del Trabajo, entendido internacionalmente como
homenaje a los mártires de Chicago, es decir, a unos hombres que fueron
ejecutados en 1886 como resultado de la revuelta de Haymarket, por luchar a
favor de la jornada laboral de ocho horas. En suma, se pretende hacer que una
fiesta profana tenga ciertos matices religiosos. ¿Cómo conseguirlo? Pues eso,
subiéndose a la chepa de la famélica legión.
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