Patrimonio Nacional encargó un
retrato de la familia real hace 17 años y abonó alrededor de 300.000 euros hace
diez años al pintor Antonio López. Pero como las cosas de palacio van despacio,
tal es la fecha en la que la entrega no ha sido realizada y Patrimonio, harto
de esa tardanza, ha dado un toque al pintor para que agilice la obra en la que están plasmados el rey, la reina y
sus tres hijos, trabajando siempre sobre fotografías. A mi entender, lo menos que
le puede pedir a una estatua es que no
se mueva y, de la misma manera, al retratado que pose ante el artista el tiempo
necesario. Pero posar durante 17 años parece excesivo; más ahora, cuando el rey
tiene problemas para permanecer de pie tras sus operaciones de cadera y hernia
discal. Antonio López nunca tiene prisa, como pudo verse en la película de
Víctor Erice, “El sol del membrillo”. Si a López le costó Dios y ayuda poder
pintar un membrillero en el patio de su casa, imaginen lo que le costará hacer
un retrato de cuerpo entero con toda la familia real, teniendo en cuenta que de
17 años para acá ni los reyes ni el príncipe ni las infantas tienen el mismo
aspecto físico ahora que en 1996, cuando se realizaron los primeros bocetos.
Antonio López, a mi entender, necesita que le dejen a su disposición los
jardines de Sabatini, entre la calle de Bailén y la cuesta de San Vicente, por
ver si se concentra y da unas pinceladas certeras con la dudosa luz del día
mientras entona aquello de “cariño, cariño mío, / ramito de mejorana, / espuma
que lleva al río, / lucero de la mañana”. La cosa es que lo termine antes de
que reine Leonor de Borbón Ortiz. Comprendo que la cosa tiene tela, nada menos
que 3’40 metros de longitud por 3 metros de altura. Convendría sacarlo de donde
ahora se encuentra, o sea, la sala contigua a la Capilla Real. Antonio López,
que es hombre manchego, de Tomelloso, necesita luz y que sus protagonistas no
cambien de atuendo y que guarden entre ellos algo de distancia, para que corra
el aire. Y eso lo digo porque el atuendo de la reina pasó de ser un traje de
color vainilla a otro estampado; y la distancia entre el príncipe y la reina ha
variado en distintas ocasiones. Antonio López tiene dicho que “una obra nunca
se acaba, sino que se llega al límite de las propias posibilidades”. Y si eso
lo ha dicho Antonio López, no queda otra que armarse de paciencia.
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