Felipe González dice ahora que
sobran las provincias y que ningún país europeo tiene cuatro niveles de
administración. Bueno, pues que las quiten de una maldita vez y así, de paso,
desaparecerán ayuntamientos y diputaciones provinciales. Y ya puestos a
suprimir, que supriman esas comarcas
provinciales de nuevo cuño para colocar a
amiguetes, las delegaciones del Gobierno, recaudadoras de multas a
tutiplén y las empresas ruinosas donde se inyecta capital público. Además, que
privaticen la Renfe,
que desaparezcan asesores de no sabemos qué, coches oficiales hasta el nivel de
secretario de Estado, bandas de música militares, televisiones regionales que
cuestan un Congo, el Senado por su falta
de eficacia, la mitad de los ujieres del Congreso, la guardia real, las
policías autonómicas, que se revisen los acuerdos Iglesia-Estado de 1979,
etcétera, etcétera. Adelgazar la Administración es necesario en un país que hace
aguas y donde a muchos ciudadanos ya se les clarea la raspa. Cuenta Pablo
Sebastián que “hace falta dinero en ayudas e inversión pública y que circule el
crédito hacia las empresas” y “en la Zarzuela –como también cuenta José Oneto- se
pretende relanzar el papel moderador de la Corona para propiciar pactos, acuerdos y
consensos en unos momentos en que todas las Instituciones políticas, incluida la Jefatura del Estado,
están en crisis. (…) Pero el Rey, que heredó todos los poderes del general
Franco y que, con la
Constitución de 1978, renunció a todos esos poderes, tiene
muy limitadas sus funciones”. Entonces, ¿para qué sirve en la praxis el
artículo 56 de la
Constitución? Que alguien me lo explique para que lo pueda
entender. La Monarquía
pasa por malos momentos en las encuestas (el CIS la rebajó a un suspenso del
3,68 %) y desde la Zarzuela
se pretende hacer algo para corregir esa tendencia, aunque no se sabe muy
bien qué. La última versión de Mogambo,
con Corinna a lo Grace Kelly -léase Bostsuana- algo ha tenido que ver con esa
tendencia a la baja en las encuestas. Ya no sirven ni los fomentos ni las
cataplasmas ni las sanguijuelas de Margarito Cormán, practicante de Saviñán,
que eran las mejores de España, y así se anunciaban en el periódico “La Derecha”, que editaba
Manuel Joven Gascón en la última década del s.XIX.
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