Martín Prieto, en “La Razón”, refiriéndose al “nasciturus” que el
Gobierno Rajoy lleva dentro de la tripa en lo que respecta a la futura “ley Gallardón” sobre el aborto, hace
referencia a Elena Valenciano con su acostumbrada mala baba: “La prócer
Valenciano ha dicho en Cortes -se refiere al Congreso de los Diputados, no a
Cortes de Navarra- que ni una mayoría total impediría a las mujeres su derecho
a decidir”. Pues bien, lo que parece algo aceptado en Europa, donde España
pertenece por derecho, a Martín Prieto se le antoja surrealista, al comentar a renglón seguido
que “la Valenciano
ha pitado por sobrecarga de cociente intelectual”. Martín Prieto, a mi
entender, puede pensar y escribir lo que le venga en gana, ¡faltaría más!, pero
también debería ser sensible con el sentir de la mayoría de mujeres, dueñas de
su cuerpo, de su libertad y de su destino. Ya sabemos que para la Iglesia Católica “quien procura un aborto, si éste se produce,
incurre en excomunión “latae sententiae” (canon 1398), tal y como sucede por
ejemplo con la apostasía, la herejía o el cisma (canon 1364), la violación directa del sacramento de la
confesión por un sacerdote (canon 1388), etcétera. Pero si consideramos que España
es un Estado aconfesional, como consta en la Constitución en su artículo 16.3, el Gobierno
debería dejar el tema del aborto como ya está establecido y aceptado por la
mayoría de los ciudadanos. Intentar hacer modificaciones mediante un nuevo
proyecto de ley como pretende el ministro de Justicia, aprovechando la mayoría
absoluta del Partido Popular en la Cámara Baja y sólo por
contentar a la Conferencia Episcopal,
como ya ha hecho Wert en Educación, ha
generado críticas dentro y fuera de su partido. Unas críticas que ya han
obligado a Gallardón a replantearse esa reforma. De momento ya ha explicado que
se podrá abortar si hay riesgo psicológico para la mujer, asunto que ni se lo
planteaba. También, que no habrá reproches legales por abortar. Como digo, ya
empieza a recular como un boxeador “grogui”, por decirlo en la jerga criolla.
Con la que está cayendo en este país, que es tremenda tanto para las
instituciones del Estado como para los sufrientes ciudadanos, no termino de
comprender cómo Gallardón se dedica, sin que los ciudadanos lo demanden, a
echar gasolina al incendio social. Eso sólo se le ocurre a un “iluminado”. Su
absurdo proceder nos recuerda a los que peinamos canas una época felizmente
superada, la del nacional-catolicismo, a la que algunos intentan retrotraernos
de forma vergonzosa. Aquí, que yo sepa, no hay sobrecargas de cociente
intelectual de la señora Valenciano, sino una rancia derechona que nos conduce
cuesta abajo y sin frenos por unos vericuetos llenos de acantilados.
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