Hace unos días me entró un
escalofrío leyendo a Arcadi Espada (“Un crimen contra la humanidad”, El Mundo,
9.5.13). Escribía Espada: “Si alguien deja nacer a alguien enfermo, pudiéndolo
haber evitado, ese alguien deberá someterse a la posibilidad, no sólo de
que el enfermo lo denuncie por su crimen, sino de que sea la propia sociedad,
que habrá de sufragar el coste de los tratamientos, la que lo haga. Este tipo
de gente averiada alza la voz histérica cada vez que se plantea la posibilidad
de diseñar hijos más inteligentes, más sanos y mejores. Por el contrario ellos
tratan impunemente de imponernos su particular diseño eugenésico: hijos tontos,
enfermos y peores”. En fin, juzguen ustedes mismos. Pues bien, hoy Jorge M.
Reverte, en El País (“Gallardón y los tullidos”), escribe que “Alberto Ruiz
Gallardón, ministro de Justicia, nos quiere volver a llenar de tullidos las
escaleras de las iglesias. (…) El ministro de Justicia lo tiene claro: esos
niños, a los que casi siempre se puede diagnosticar con tiempo que van a
arrastrar una existencia peor que miserable, van a tener derecho y obligación
de vivir esa vida, a la que les condenará, si sus proyectos salen adelante”.
Respeto la opinión de ambos: la de Arcadi Espada y la de Jorge M. Reverte. La
libertad de expresión es necesaria en un
Estado de Derecho. Pero hecha esa aclaración considero que mi opinión también
debe ser respetada. A mi entender, en una sociedad, como en una familia, hay
que estar a las duras y a las maduras. Al margen de la postura oficial de la Conferencia Episcopal
por todos conocida, y que también como colectivo tiene derecho a expresar lo
que piensa, comprendo la postura de la diputada Beatriz Escudero al oponerse al
aborto de los fetos en los que se haya detectado discapacidad futura.
Particularmente no comprendo cómo una mujer decida abortar por el hecho de
haberle detectado en el feto el síndrome de Down, una malformación en un brazo o columna
bífida. Conozco niños con el síndrome de
Down que son un encanto, que se hacen querer y que sus padres los adoran y no
los cambiarían por nada del mundo. Y aquí lo dejo. No la toquemos más, que así
es la rosa. No está en mi deseo recordar los “debates” en el Reichtag sobre la
“necesidad” de la eutanasia a las personas discapacitadas, ni en la defensa de
esos planteamientos por el entonces ministro de propaganda Joseph Goebbels (que,
curiosamente, era cojo) a favor del asesinato de discapacitados para
“aliviar” de su sufrimiento. y que
ya estaba asumida por la mayoría de los ciudadanos. Ruiz Gallardón debería
respetar la legalidad vigente y dejar a un lado los protagonismos personales
sobre tan delicada cuestión. Mejor sería que su interés se centrara en cuidar
su jardín, la Justicia,
y modernizar su funcionamiento. Ahí tiene tajo.
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