
domingo, 31 de julio de 2016
Cuanto más escribe, más la caga

La carta
Querida doña
Adela:
Añoro las tardes pasadas en el
cuarto de estar jugando al guiñote. Usted, doña Adela, tiene muy mal perder. Cuando
le ganaba, se tomaba la revancha y sacaba mis trapos sucios a relucir. Vamos, que me ponía de vuelta y media: que si
perdía el tiempo en el bar, que si no me lavaba nunca los dientes, que si se me
oía roncar… Pero ya he dado en el quid de la cuestión. El secreto está en ser
siempre perdedor. Funciona. Echo en falta sus empanadillas de escabeche y los canapés de salmón. Me entra la risa
ahora, en Sigüenza, pensando que, cuando jugábamos a las cartas, atacábamos
bien la plaza hasta henchir el baúl. Si había suerte, si estaba contenta, hasta
me ofrecía la consabida copita de calisay
y, aunque rara vez, también soletillas de Calatayud, de la Confitería Caro.
¿Recuerda?
Reconozca
usted, doña Adela, que no tengo mal aspecto y que poseo buenas composturas. La
edad es lo de menos, aunque ya no sea un guayabo ni esté para muchos meneos. Cinco años de diferencia no es nada. El amor
no conoce edades. Seamos optimistas. Mañana
cantan los niños de san Ildefonso y,
si me bendice la fortuna, hasta podría tener una hora tonta y arrancarme por bulerías, o pedirle a usted en matrimonio por la Iglesia, como es natural.
Es mejor soñar que sigo siendo aquel joven lleno de
ilusiones, que ansiaba con ser arquitecto. Ya sé que no fue así y que al
mirarme cada mañana al espejo para afeitarme, mi sueño se derrumba y choco de
plano con la evidencia de mi aspecto, cansado y viejo de tanto apretar tornillos
en la factoría de Cochecitos Jané.
En fin, mi ama y señora, si mañana me tocase
la lotería, ya tengo pensado depositar el dinero en un banco de confianza
y pedirle a usted en matrimonio. Subiría
rumboso las escaleras del metro en la estación de Glorias, que está en un
descampado insufrible, entraría en su casa silbando “Nunca llueve al sur de California”, le daría un beso en la frente
a traición y le recitaría una dolora de carrerilla. En el supuesto de que me aceptase, estoy
seguro de que seríamos felices a tutiplén y
de que podríamos ir unos días de luna de miel a Palencia, donde reside mi hermana Lupita, viuda de un capitán de
Regulares muerto en Belchite por heridas de metralla, que regenta una tienda de
postín donde se expenden cajetillas y timbrados, o sea, un estanco.
Suyo en cuerpo y alma,
Rosendo Vinalopó.
Rechazo tóxico
La columna de Manuel
Vicent aparecida hoy en El País, “Cenizas”, debería hacernos reflexionar
y entender lo que realmente acontece en este corral de comedias en el que los
actores no se saben el papel ni se entienden, se larga el apuntador de su
concha y el público asistente observa turulato desde su butaca de patio un
enredo a todas luces incomprensible. Si se tratase de una película, el
espectador podría entender, si acaso, que se pudiesen haber trastocado las
bobinas a la hora de proyectar. Pero en el proscenio y en directo la trama es
turbadora e induce a la vergüenza ajena por lo que tiene de disparatada.
Vicent, en referencia a “la grave crisis por la que atraviesa el país”, da por
hecho que debería ser “normal” que el partido del Gobierno, en funciones desde
el pasado mes de diciembre, y el primer partido de la Oposición se entendiesen
de alguna manera. Pero sostiene Vicent: “No es la economía, ni la reforma
laboral, ni la ley mordaza, ni la educación, ni la sanidad, sino la toxicidad política
que emite esta derecha lo que hace que el trato sea prácticamente imposible. Es
muy difícil pactar con un partido que permite que el dictador permanezca en su
panteón faraónico del Valle de los Caídos, un escarnio a la memoria colectiva,
mientras pone todas las trabas posibles a desenterrar de las cunetas a los
fusilados republicanos hasta hacer sentir a sus familiares que fueron los
culpables de aquella tragedia. Para evitar el rechazo tóxico que provoca, esta
derecha debería sacudirse de encima el franquismo larvado que aún la atenaza y
cumplir dos requisitos básicos: entregar los huesos de Franco a su familia y condenar oficialmente el golpe de Estado del
18 de julio, algo que no ha sucedido todavía. El Partido Popular se comporta
como el dueño del cortijo y siempre tiene a mano algún capataz dispuesto al
insulto con la boca torcida al estilo tabernario”. Cierto. Los nietos de
aquellos insensatos, tanto civiles como militares, que montaron con la
aquiescencia de la Iglesia Católica
el cisco padre hace ahora ochenta años, continúan ganando las elecciones, pese
a la corrupción existente en el seno de sus filas, aprovechando el temor
generalizado de gran parte de los ocho millones y medio de jubilados que temen
perder una miserable pensión que ayuda, sin embargo, a mantener a hijos y
nueras en paro y a nietos sin horizontes. En España no habrá reconciliación
posible mientras, como escribió Concha
Alós, (recuerden que la jet set literaria ni se inmutó cuando
después de estar enferma desde hacía años de alzhéimer fue enterrada en el
cementerio de Montjuich) los gigantes se escondan de nosotros para reírse.
sábado, 30 de julio de 2016
Willy
Pío Lancáster,
alias Willy, era diferente al resto de los vecinos de aquel pueblo. Willy era
un romántico empedernido con aire de seminarista rebotado que musicaba con una
vieja vihuela estrofas de historias inverosímiles, deshojaba margaritas, conocía
mundo y fumaba chesterfield. Su
profesión de camionero, comiendo pan de muchas tahonas, le había dado un cierto
aire de galán de películas que acentuaba la admiración de las muchachas y la envidia de los gañanes a la hora de bailar
en el Salón Doré cada sábado por la noche. A Pío
Lancáster Macipe, alias Willy, le gustaba la cerveza de barril, las botas
afiladas, las uvas de Vinalopó y los
talismanes con colmillos de animales. Willy llevaba siempre al cuello una
gruesa cadena plateada con un colmillo de cochino jabalí, que decía darle
suerte. Cuando Willy aparecía por el pueblo cada viernes en la atardecida,
aparcaba cuidadosamente un trailer con cisterna de acero inoxidable donde
ponía con letras grandes y amarillas Matheu & Taylor en una amplia explanada,
le daba unas suaves pataditas a las ruedas motrices con las botas de chúpame la
punta y los tacones cubanos, volvía la vista hacia un balcón, siempre hacia el mismo balcón,
tomaba el hatillo y la chamarra de piel de vacuno, y se
encaminaba parsimoniosamente hacia su
casa con aspecto cansado.
El balcón de su alcoba daba frente por frente al taller
de confección de Mónica Durán, patrones
de París, donde colaboraban cinco hermosas muchachas. Cuando aparecía el camión
de Willy, todas ellas, incluida Mónica Durán, la maestra de corte, dejaban el
trabajo a un lado y observaban alborotadas,
siempre a través de las cortinas,
cómo Pío Lancáster, alias Willy, se atusaba el pelo, encendía un chéster, daba las
acostumbradas y cariñosas pataditas a las ruedas delanteras de la tractora de su Scania,
el Salón Doré, caballeros doscientas pesetas, señoritas gratis, sacaba tomaba
su cazadora y su hatillo y enfilaba calle arriba por el recorrido habitual. Y,
así, semana tras semana.
Pío Lancáster, alias Willy, se duchaba con jabón “flores
de Guris”, Ariza, España, se afeitaba con navaja de Albacete, se mudaba de
ropa, se limpiaba los botines con sebo de caballo, para hacerlos casi eternos,
se cepillaba los dientes con “denticlor”
y se aplicaba unas gotas de agua de colonia concentrada “Álvarez Gómez”, Sevilla, 2, Madrid, sobre el torso; y, luego,
atenazado por la duda, deshojaba la margarita que había arrancado horas antes
de un sembrado de la provincia de Toledo, entre Juncos y Numancia de la Sagra, que antes de la
guerra se llamaba Azaña, en un ritual ceremonioso que siempre le daba el “sí me quiere”.
“¡Ah la
margarita, -pensaba horas antes, sentado al volante del camión- ese sublime
nombre de mujer!”. Y no se equivocaba, que para eso había leído a Goethe, y
conocía “Fausto”, donde asoma el
personaje de Margarita, la joven sencilla e inocente, que, por una horrible
fatalidad, se ve profanada y arrastrada al crimen, aunque su corazón rebosa de
amor a la virtud, y que muere loca en el cadalso.
Y de esa guisa,
con el ánimo templado y más galán que Mingo, se acercaba hasta una entrada con
derecho a consumición, cruzaba en diagonal una casi vacía pista de baile donde
a esas horas siempre interpretaban los músicos un fox-trot para ir calentando, y en el selecto servicio de ambigú
tomaba lentamente un “caruso” servido
por Paquito Marimón, que había aprendido el arte del cóctel siendo empleado de Wagon-lit en el expreso “Costa Brava”. Y
Paquito Marimón, en una coctelera con hielo picado, vertía un tercio de ginebra,
un tercio de vermouth seco y otro tercio de pepermint, adornado con unas hojas de menta fresca.
--Eres un artista, Paquito.
--Gracias, Willy.
Y
Paquito Marimón, que era hombre bien nacido y que sabía agradecer los
elogios que Willy hacía sobre sus cócteles, le añadía por cuenta de la casa un
platillo con un carpaccio de hongos en láminas casi translúcidas, en un lecho de
vinagre y zumo de limón, sal, pimienta y cebollino picado.
--A los de aquí no se les puede
dar cosa distinta a pan con salchichón.
No agradecen la nueva cocina. ¡Como no han salido del pueblo...! ¿Me
comprendes Willy?
--Sí, Paquito, es una pena.
El salón se iba animando. Ahora la Orquestina Laurel,
que contaba con cantante imitador,
interpretaba “Latino” en la voz de Narciso Carotone, que era
de Jaraba y que había educado sus
cuerdas en una academia de Barcelona. Narciso Carotone tenía tupé y
una camisa llena de volantes que había copiado de una fotografía de El
Titi en el taller de confección de
Mónica Durán, patrones de París. Luego vino un descanso, que aprovecharon los
músicos para tomar cerveza de barril y
Narciso Carotone para escuchar las alabanzas que le brindaba doña Amelia, la esposa del sargento-comandante de
puesto, que era de Calmarza y muy forofa
de Raphael y de José Luis y su guitarra. Pero mientras hablaba doña Amelia con
Narciso Carotone, hubo un cruce de miradas entre ella y Willy, que ahora se
aplicaba con devoción de novicia a un
platillo de anchoas en salazón acompañado de un “between the sheets”, la bebida
que el detective belga Hércules Poirot rechazó en la película “Muerte bajo el sol”, en beneficio de un batido de plátano.
Pero Willy, que era un gran catador de
cócteles, no dejó pasar la ocasión de libar algo insuperable hecho basándose en
ron blanco, coñac y cointreau, regado
por un buen chorro de zumo de limón. Ni tampoco dejó pasar la ocasión de hablarle a doña Amelia
con el silencio mudo de la mirada encendida.
Willy le guiñó un ojo y ella, en reciprocidad, que había entendido el
mensaje de aquellas pupilas como cráteres en erupción, miró para otro lado ruborizada aunque herida de deseo
insatisfecho en magnética noche morada. Willy
presuponía de antemano que doña Amelia sería suya aquella velada en el centro del escenario surrealista
que siempre brota como ramillete de flores silvestres de cuneta de lo más hondo
de sus sueños. Tomó el último sorbo de aquel cóctel en su día rechazado por
Hércules Poirot, se despidió de Paquito Marimón y se retiró a descansar no sin
antes dar unas suaves pataditas a las ruedas delanteras del camión. Del Salón
Doré salían los dulces sones de “La
comparsita”, y un gañán, sin quitarse la boina por respeto al lugar, se la
meneaba sin la ayuda de nadie en las rijosas escalinatas de la cruz de los
caídos.
viernes, 29 de julio de 2016
Al final del camino
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Pasé
mi infancia en aquel barrio fabril y cada rincón se me antojó de niño cuartel
general para el enredo de mil travesuras. Hoy, pasados los años, de la mayoría
de ellas siento un leve mea culpa. De otras, de la minoría, un
nostálgico y alegre recuerdo.
Esta
mañana me he acercado hasta la iglesia parroquial, donde me bautizaron. Tiene
una torre mudéjar hasta su mitad. El resto es vulgar y sólo sirve como soporte
de una caja de resonancia para pobres campanas; y, lo peor de todo, para
aumentar su grado de inclinación, que ya es preocupante.
Otras
veces salgo sin rumbo por algún polvoriento camino. Me gusta el campo a la
atardecida con el sol a la espalda. Y marcho ligero, como si me esperasen en
algún sitio, en compañía del silencio mudo y del polvo en los zapatos. Pero
nunca llego hasta lo que queda en pie de la antigua azucarera. Me entra una
congoja inenarrable. Pasadas las últimas corralizas me topo con la vega amiga.
La estrecha carretera empedrada e irregular conduce al puente de un río casi
seco. El viejo y romántico puente de tablas me lleva hasta la otra orilla. Me
cruzo con un chucho podenco y me esquiva. Un ciclista, al que constantemente le
suena el timbre por los baches, me saluda con la cabeza. Enciendo un cigarrillo
y aflojo el ritmo de mi marcha. Sobre las piedras rodadas del cauce seco un
verderol saltarín picotea en la arena, observado desde una rama de ciruelo por
un intrépido chirlomirlo de agudo silbido. En un altillo queda como santo sobre
peana la estación de ferrocarril ahora convertida en apeadero. Ya en la curva
me aplasta un enorme sol caído y viajero. Una distraída alondra vuela rasante
hacia una rama de abedul. Se acentúa el
lamentable estado del empedrado. A dos pasos, la vieja casa-cuartel de la Guardia Civil por
donde pasea impertérrito y a sus anchas un gato de algalia. En su fachada
desconchada y con tres acacias por testigos puede leerse: Todo por la Patria. Y a la intemperie, bajo la sublime leyenda, unos vagabundos calientan la
cena. Me observan. Les saludo con respeto.
--Buenas
tardes, amigos.
Me
contestan sonrientes y me invitan a cenar. Me da la sensación de que uno de
ellos no tiene muchas luces. Corta leña y ríe con la risa de los incautos. El
otro compañero es de buenas composturas.
--¿Hace
un pitillo?
Me
lo aceptan. El que parece tener más luces me señala la tartera.
--Son
migas. Algo hay que echar al coleto.
--Ya
lo creo. Me encantan.
Hacemos
un mutis mientras contemplo un humo azul. El otro hombre sigue haciendo leña.
--Buscamos
caracoles, los vendemos y vamos tirando como podemos. Es importante tener un
techo donde cobijarse. El relente no va bien para mi artrosis. Yo le tengo
dicho a éste: si un día vemos malas caras de los vecinos, carretera. La vida
hay que tomarla como viene.
A
las acacias acuden las cardelinas y alborotan hasta encontrar acomodo. El
compañero que hace leña se acerca y me muestra sus manos encallecidas,. Me
intenta decir algo que no entiendo. Afirmo con la cabeza, sonríe y se marcha.
Toma un cubo y se acerca por agua hasta un brazal.
--¿Qué, mucho tiempo juntos?
--Sólo
desde hace unos meses. Ambos dormíamos en los mismos pajares y salas de espera.
Me hace mucha compañía. Su nombre es Francisco. Yo me llamo Vicente, para
servirle.
--Gracias.
Ya
no hay quien le detenga. Escucho
complacido.
--Vicente
Calahorra Andújar. En otro tiempo comandante en la XI División, a las
órdenes de Líster. En Monrepós me dejé la piel a tiras haciendo túneles. Había
más de trescientas curvas en aquella maldita carretera...Trescientas tres, para
ser exacto. Por las noches no podía conciliar el sueño. Tenía las detonaciones
de los barrenos en el fondo de los oídos. Otros corrieron peor suerte.
--Lo
siento.
--No
se preocupe. Ya pasó. Hace poco, unas monjas de Santa María de Huerta me ofrecieron
un trabajo de hortelano. No acepté. Prefiero ir a mi aire, sin paternalismos ni
adoctrinamientos. Francisco y yo somos demócratas. Entre nosotros hay consenso
para todo. Nuestra bandera es el cielo azul y nuestro escudo, las estrellas.
Francisco es toda mi familia. No tengo
otra, aunque sí la tuve.
Al
llegar a este punto, Vicente se ha puesto muy serio. No me atrevo a preguntar.
Un rebaño camina para recogerse. El pastor, de mediana edad,
se adivina entre la polvareda. Al fin me decido y le pregunto a Vicente:
--¿Dice que no le
queda nadie?
--Que
yo sepa, no. Me casé en el 35 con una moza de Segovia. Fuimos felices hasta el
verano siguiente, que marché al frente de Aragón. Aquel año nació mi hija
Raquel. Era la muchacha más linda del mundo. Cuando me concedieron la libertad,
en el año 1947, me enteré por un conocido que madre e hija vivían en Zaragoza.
Fui allí para encontrarme con ellas. Raquel ya era una mocita. Busqué trabajo
como guarda nocturno en una factoría de Valdefierro. Fueron los años más
felices de mi vida. Raquel enfermó de tuberculosis y murió en el Cascajo. Su
madre se volvió del revés y un día, por noviembre, me dijo que iba a llevar
flores al cementerio de Torrero. Allí, junto a la tumba de Raquel, puso fin a
su vida bebiéndose una botella de lejía.
Francisco,
sentado junto a Vicente, sonríe al tiempo que aspa con los brazos para espantar
a una avispa.
Casi
se ha hecho de noche. Me despido de ellos y me marcho de regreso al pueblo. Pasado
el puente de tablas, las campanas de la iglesia anuncian a los cuatro vientos
la hora del rosario. Sobre mi cabeza, la luna me mira fijamente como si no me
conociera. Me cruzo con varios zagales. Uno de ellos le comenta a sus pícaros
amigos que en el cuartel hay unos locos muy peligrosos, que por las noches se
visten de fantasmas con unas sábanas muy blancas y que asustan a las chicas.
Sigo
caminando. Tengo ganas de llegar a casa, quitarme los polvorientos zapatos y
abrir una botella de cerveza. Le contaré a mi familia que la amistad se
encuentra al final del camino. Seguro que no entenderán nada. Bueno…, ¡y qué!
¡Hay que ser mezquinos!
Me parece interesante que Tordellillas haya sustituido el
Toro de la Vega
por el Toro de la Peña. Es
necesario tener respeto a los animales y así lo entendió la Junta de Castilla y León
presionada por una parte de la ciudadanía harta de sangre inútil. El Toro de la Peña debe ese nuevo nombre al
coincidir la suelta del astado con las fiestas de la Virgen de la Peña, patrona de esa ciudad. Agosto es en
este país el mes de las vírgenes, de las fiestas populares, de los pitos, de
las flautas, de los fuegos de artificio, del bullicio charanguero, del desmadre
popular y del incremento de los accidentes por culpa del alcohol en carreteras
secundarias. Este es un país raro, donde se da más importancia a que Pablo Echenique haya contado con un
asistente sin contrato de trabajo por espacio de un año que a las presuntas y tremendas
corrupciones sistémicas existentes tanto en el partido que sustenta al Gobierno
como en el seno del primer partido de la Oposición. Con Rodríguez Zapatero en el Gobierno se
aprobó la Ley 39/2006
de 14 de diciembre, conocida popularmente como “Ley de Dependencia”, con una escasa dotación presupuestaria. Por
si ello fuera poco, con Mariano Rajoy
al frente del Ejecutivo, se produjeron cambios en la normativa y recortes por
un montante de 2.865 millones de euros. En España existen reconocidos 1’2
millones de dependientes, de los que sólo uno de cada tres recibe ayudas. Según
datos del Observatorio de la Asociación Estatal
de Directores y Gerentes de Servicios Sociales, de las 384.326 personas en
lista de espera, el 27%, son grandes dependientes. Muchos de ellos han muerto
(125.000 en los últimos cuatro años) sin llegar a poder recibir las ayudas a
las que tenían derecho. Por todos es conocido que Pablo Echenique necesita asistencia
por su casi total discapacidad física. Es posible que Echenique no hiciera las
cosas de forma correcta, pero tampoco hace falta que toda la derechona le
apunte con el dedo como si fuese el culpable de todos los males patrios y hasta
de la muerte de Manolete. Se
entiende, a mi entender, esa inquina hacia su persona aflorada por Heraldo de Aragón, periódico de
derechas, en tiempos políticos convulsos. Al secretario de Organización de
Podemos hay que “darle caña” a beneficio de inventario. ¿Permitiría Miguel Iturbe Mach, actual director de ese medio, aflorar “trapos sucios” de Ibercaja, en el supuesto de que los hubiera, sabedor de que forma
parte del accionariado del periódico de los Yarza? ¿Permitiría Miguel Iturbe sacar a la luz irregularidades, en
el supuesto de que las hubiera, de El
Corte Inglés, uno de sus principales anunciantes? Un periódico independiente, como presume su cabecera,
hubiese explicado en su día, por ejemplo en 2011, de forma más entendible para
todos los lectores, los 1,5 millones de euros (en billetes de 500 y escondidos
en bolsas de plástico en un armario) sustraídos por no sabemos quién o quiénes a
unas monjas en 2011 en el convento de santa Lucía, en el barrio de Casablanca.
Curiosamente, en aquel convento tenía su residencia habitual la “monja pintora”
Isabel Guerra, cuyos cuadros pueden sobrepasar
en el mercado de Arte los 50.000 euros. Sí, en efecto, se publicó la noticia el
martes, 8 de marzo de 2011, bajo las firmas de E. Bayona y J.G. Garza. Y ahí quedó la cosa. Nunca
se aclaró de dónde procedía aquel dinero escondido. Tierra sobre el feo asunto,
que con la Iglesia
habían topado. Y con la
Iglesia toparon también en el extraño cese inmediato del
arzobispo Manuel Ureña y el
trasfondo de un “sospechoso” pago de más de 100.000 euros a un joven diácono de
Épila. Sí, Heraldo de Aragón escribió
sobre el caso, pero en seguida se difuminó la noticia y no se volvió a hablar
sobre ello jamás. Pero con Pablo Echenique es distinto. Hay que darle leña
hasta en el cielo del paladar, que para eso presuntamente “ha defraudado” mil
euros a la Seguridad Social.
¡Hay que ser mezquinos!
miércoles, 27 de julio de 2016
Todo se va muriendo
Carmen Rigalt
cuenta que la corbata ha muerto. Hombre, eso ya lo sabíamos. Pasó como con el
sombrero. Recuerden aquel eslogan de un comerciante de la madrileña Sombrerería Brave, en la madrileña calle
de la Montera,
que decía “Los rojos no usaban sombrero”,
lo que equivalía a decir en aquellos
grises tiempos del franquismo que el sombrero era cosa de gente decente, de
hombres de bien, de personas de derechas. Supongo que serían esos “hombres de bien” los que colocaban a la
puerta de sus casas un Corazón de Jesús
en hojalata y en el balcón de la sala ataban la palma del último Domingo de
Ramos. Si camina uno por la calle, también puede observar que muy pocos
ciudadanos usan americana y casi nadie lleva raya en el pantalón de pinzas ni
zapatos con suela de cuero. Por otro lado, casi nadie te trata de usted, aunque
no te conozca. Una cosa, a mi entender, son las modas; y otra, muy distinta,
las malas composturas. Se ha impuesto beber cervezas a morro, gritar en los
bares como si estuviésemos sordos, ordenar al camarero de terraza que nos sirva
un gin-tonic con un montón de
tonterías añadidas, y ya podemos observar estupefactos cómo en algunos lugares,
por ejemplo en Sitges, acaban de retirar los honores a Felipe VI y a toda la Casa Real
española. Ahora recuerdo que existe una novela de de Luis Gadea López, “Algunos
rojos llevaban sombrero”, que trata sobre la odisea de un perito mecánico
montador de cazas rusos Polikarpov en varios aeródromos republicanos durante
la Guerra Civil.
En fin, hoy es miércoles, los calendarios católicos celebran la festividad de san Desiderato de Besançon, que no hay
que confundir con san Desiderato de
Bouges, y san Cucufato (san
Cugat, para los catalanes), al que se encomendaba Javier Krahe y le ataba no sé qué en no sé dónde, que ha sido
purgado del Martirologio y ya no
figura en la nueva edición porque su culto se reduce a Barcelona y sus
alrededores, especialmente la localidad de Sant Cugat del Vallès, donde dice la
leyenda que fue decapitado por el cónsul Galerio
durante el mandato del emperador Diocleciano.
También se ha muerto Francisco Cano
Lorenza, alias Canito, a los 103
años, decano de los fotógrafos taurinos. Había debutado con picadores en la Plaza de Toros de
Puertollano en 1941 y recogió con su cámara Leica
la cogida de Manolete en Linares por
el toro Islero en 1947. Todo tiende
a la estratificación.
martes, 26 de julio de 2016
Vodevil
Como bien señala un editorial de El País, “como en otras monarquías parlamentarias, el papel del Rey consiste en refrendar los actos
políticos de las instituciones y personas que constitucionalmente tienen el
poder de tomar decisiones, no en suplir la inoperancia de una clase política
falta de miras, una clase política a la que no parece importarle el daño que
haría condenando a la Corona
a reconocer el fracaso de su ronda de consultas”. (…) “Rajoy, que —al
representar a la fuerza con más escaños— concentra la mayor responsabilidad
sobre este vodevil indigno de una democracia avanzada en el que se está
convirtiendo la investidura, no puede perder más tiempo. Tiene que despejar la
incógnita de si él representa la solución o el problema de la gobernabilidad, y
hacerlo cuanto antes”. Anson, en El Mundo, es más lacerante, recomendando
cuidado: “La crítica a los partidos políticos en el primer tercio del siglo XX,
como he recordado en alguna ocasión, se tradujo en el nazismo en
Alemania, el fascismo en Italia, el estalinismo
en Rusia, el franquismo en España, el salazarismo
en Portugal... Cualquier forma de dictadura o totalitarismo es mucho peor que
lo que tenemos. No se trata de suprimir los partidos políticos o los
sindicatos. Se trata de regenerarlos, de democratizarlos, de exigir que se
pongan al servicio del interés general en lugar de dedicarse a satisfacer
ambiciones de clase o de casta con escandalosa atención a parientes, amiguetes
y paniaguados. Los dirigentes políticos han obligado a apretarse el cinturón a
empresas, instituciones y particulares, a todos menos a los partidos que siguen
entregados al cínico despilfarro”. La obligación del presidente del Gobierno en
funciones, Mariano Rajoy es presentarse a la investidura y buscar los apoyos
necesarios, en vez de aprovechar el puente del Apóstol para sentarse en la terraza del bar Comercio, en Sanjenjo, a fin de poder disfrutar de unos días de
“desconexión”, como si fuese Miss
Galicia 2016, esperando que a su regreso a Madrid algunos partidos le den
su voto gratis “porque yo lo valgo”. Pasado mañana debe entrevistarse con el
Jefe del Estado y sabe que sólo cuenta con 137 diputados, la abstención de
Ciudadanos en la segunda votación y un procesamiento judicial en marcha contra
el PP por haber destruido unos discos duros de su tesorería. Y con ese ridículo
ajuar, no creo que haya boda.
lunes, 25 de julio de 2016
Mediocridad instalada
Yo no acabo de entender la razón por la que en Zaragoza se
produzcan tantos tropiezos entre el tranvía, (a pesar de que sólo contamos con
la línea que nos dejó el alcalde Juan
Alberto Belloch antes de que éste volviese a usar la toga), y ciertos
conductores de turismos despistados que siguen haciendo bueno aquello del
baturro a lomos de la borrica sobre la caja de la vía férrea: “Chufla, chufla, que como no te apartes tú…,
yo tampoco”. Entiendo que existan accidentes entre turismos y autobuses
urbanos, cuando uno de ellos se salta un semáforo, no cede el paso, se despista,
etcétera; pero el culpable siempre será, a mi entender, el conductor del
turismo. El tranvía circula por su carril y ni siquiera se le sale el
pantógrafo, como sucedía con los mástiles de aquellos trolebuses que iban al
Gállego y que siempre se salían de madre en la curva de la gasolinera de Dalmau
con la avenida de Cataluña. Menos mal que por aquel entonces iban a bordo dos
empleados de gris y con visera, que siempre dieron mucho respeto, es decir, el
conductor y el cobrador. Bastante tenían ambos con atinar a tensar unas cuerdas
y poder colocar el trole de dos pértigas en la catenaria. Era un trabajo
añadido al de expender billetes y conducir que entraba dentro del sueldo. Ahora
dice el nuevo alcalde, Pedro Santisteve,
que el Ayuntamiento no tiene dinero para hacer una segunda línea de tranvía y
que, además, será necesario hacer un debate con “rigor técnico”. Los ediles del
PP, que son lo más parecido al tío Calambres,
que salió del pueblo por ver la fiesta, la
Lola Flores y El Cordobés, prefieren optar por el
“trambús”, o sea, por el autobús eléctrico. Aseguran que no da calambre, que
dio su sangre en la transfusión, porque no pue, pue, pue, pue… no pueden ni dormir.
La cuestión es tratar de volver al pasado que tanto añoran, a aquellos trolebuses de la línea 10, “Coso-Gállego”, que se inauguraron por los mandamases de entonces el 8 de mayo de 1951, pero ahora sin troles ni aquellos empleados de gris y con gorra de plato que daban tanto yuyu. Sólo les faltaba el barbuquejo, la porra y poder dar palizas en las mazmorras de Orden Público. Pero se daban un ligero aire a aquellos energúmenos de triste recuerdo. Hombre,
antes de nada, lo deseable sería que se pagara la primera y única línea, que
costó un Congo con el nefasto rey belga Leopoldo
I incluido en el lote, o sea, la
friolera de 200 millones de euros. Belloch nos dejó, además de esa línea de
tranvía, un catamarán que navegaba por el Ebro, de puente a puente y tiro
porque me lleva la corriente, con rumbo a ninguna parte. Santisteve también decidió suprimirlo. Zaragoza es una ciudad con turismo de una sola jornada y
no parece elegante que los visitantes por un día se ahoguen, o que se los coma un hambriento
siluro. Aquí queda claro que no hay parné para trazar una segunda línea de tranvía. Lo chocante es que con el consistorio que
preside Santisteve se prioriza la reforma del estadio de La Romareda, de propiedad
municipal, en beneficio de un equipo de fútbol de segunda división. ¿Alguien lo
entiende?
domingo, 24 de julio de 2016
Paisaje desde Starbucks
Cada vez que me acerco a Madrid tengo por costumbre tomar
café en una especie de glorieta de la calle Fuencarral. Se está divinamente
después de comer, cuando el sopor presenta factura. Es el trozo peatonal de esa
calle que más me gusta. Pues bien, enfrente, justo enfrente del Starbucks, donde dan un café excelente,
está la calle Augusto Figueroa. Fue al principio de esa calle, donde todavía
hoy se encuentra la ermita del Humilladero revestida de ladrillos rojos, cuando
el 12 de julio de 1936 cuatro pistoleros de extrema derecha (carlistas
pertenecientes al Tercio de requetés de Madrid, según el
historiador
o falangistas según
otros autores como Paul Preston)
dispararon contra el teniente de la
Guardia de Asalto José
del Castillo Sáenz de Tejada sin darle tiempo a sacar su arma reglamentaria.
Auxiliado por el periodista Juan de Dios Fernández Cruz,
que casualmente pasaba por el lugar, fue trasladado a una casa de socorro
cercana donde ingresó cadáver. Curiosamente, era pariente de los Primo de Rivera. A Castillo se la
tenían jurada desde los sucesos del 14 de abril, durante los actos
conmemorativos de advenimiento de la II
República, donde resultó muerto el alférez de la Guardia Civil, De los Reyes. Hubo manifestaciones y en
la represión ante los sucesos de orden público subsiguientes murió Andrés Sáenz de Heredia por disparos de
un agente de la Guardia
de Asalto. Éste era primo de José
Antonio. Y resultó herido de gravedad, por supuestos disparos
del propio teniente, un joven militante carlista, el estudiante José Llaguno Acha. Castillo estuvo a
punto de ser linchado por los manifestantes. Ahí comenzaron las amenazas de
muerte contra su persona, que se materializan aquel 12 de julio. Al día
siguiente, de madrugada, era asesinado José
Calvo Sotelo, cuyo cadáver apareció tirado a las puertas del Cementerio del
Este. Fue la segunda opción. Antes habían ido en busca de José María Gil-Robles, que no se encontraba en su domicilio por
haberse trasladado para pasar unos días de descanso a Biarritz. Cuatro días más
tarde se sublevaban las fuerzas en Melilla y comenzaba la Guerra Civil.
sábado, 23 de julio de 2016
Si es que es así
Escribe Juan Carlos
Monedero en Público: “Somos, como
dice Pérez Royo, el único país que
restaura monarquías. El Rey Juan Carlos
I tuvo que abdicar, pero ni el PSOE ni el PP quisieron que la Jefatura del Estado
pasara por un referéndum. Felipe
VI sigue esperando entrar en escena con algo que le permita justificar en
el siglo XXI ser rey sólo porque pertenece a la familia de los Borbones. Si su padre lo obtuvo con la
farsa del 23-F, el hijo lo va a intentar haciendo un tinglado de la nueva farsa
en Cataluña”. (…) “Al final, lo que tenemos es una nueva restauración
borbónica, después de la de 1876 y la de 1978 (posibilitada por Franco al nombrar en 1969 a Juan Carlos de Borbón
su sucesor a título de Rey siguiendo las leyes franquistas), que acalla el
movimiento popular que nace del 15-M y que sigue exigiendo una España que deje
de ser posfranquista. Una España más joven, urbana, formada, feminista, que se
mueve con soltura en internet, que no ve lo de fuera ni con miedo ni con devoción,
y que ve a la España
de Rajoy, Rita Barberá, Granados y
los reyes de refilón en el salón comedor a través de un televisor en blanco y
negro con el sonido distorsionado”. Juan Carlos Monedero escribe lo que siente,
y yo lo respeto. Las opiniones no delinquen. A fin de cuentas, lo que debería
entender el ciudadano es algo muy sencillo, que no lo digo yo sino Fernando Savater: “Tener un gobierno no
es un fin, sino una herramienta”. Algo parecido sucede en el Congreso de los
Diputados y en el Senado: lo de menos es quiénes lo componen, sino qué leyes son
capaces de sacar adelante. Hoy, a propósito de la pasada entrevista en Madrid
entre Oriol Junqueras y Soraya Sáenz de Santamaría, señala Bieito Rubido en las páginas de ABC: “Ya sabemos que las opiniones no
delinquen, pero también que la libertad de opinión no valida lo expresado.
Pretender que el punto de vista de uno tenga que ser aceptado por el conjunto
de la sociedad demuestra no haber entendido nada acerca de la libertad de
pensamiento ni de la responsabilidad de actuación en una democracia”. A mi
entender, la libertad de opinión valida lo expresado para aquel que la ejerce,
que no es poco. La responsabilidad de actuación en una democracia incluye que
los políticos (y aquí incluyo a ministros y
al presidente del Gobierno) deberían saber dimitir de sus cargos cuando
se equivocan; cuando (si es que es así) sabiendo que se equivocan no
rectifican; cuando no cumplen sus promesas con los ciudadanos que les votaron;
cuando (si es que es así) meten mano en ese dinero público que, como dijo una
ministra “no es de nadie”; cuando (si es que es así) reciben
“guindaleras” que nunca declaran; cuando (si es que es así) utilizan el BOE en su propio beneficio; o, lo que es
peor, cuando (si es que es así) entienden como cosa “normal” arruinar a toda la
ciudadanía a costa del Estado.
viernes, 22 de julio de 2016
¡Oído, cocina!
Creo que fue Sabino
Alonso Fueyo, director del diario Arriba,
el que se quejó a Franco de las
presiones que recibía de los distintos sectores del Movimiento. Y Franco, en un
momento dado, le respondió cínicamente: “Usted haga como yo, no se meta en
política”. Alonso desempeñó su cargo en Arriba,
de la Prensa del
Movimiento, a partir de 1962, cuando sustituyó a Rodrigo Royo, hasta 1966,
año en el que tomó posesión del cargo de consejero de Información y Turismo en la Embajada de España en Lisboa. Murió en 1979.
Rodrigo Royo había cambiado el estilo gráfico de ese periódico y ello no gustó
a las altas esferas. Jaime Campmany,
por aquellos años periodista de ese medio,
dejó escrito en su libro Doy mi
palabra que “el horno no estaba para esos bollos ni para prensa americana”.
Y señala que recibió un consejo de Alonso inolvidable: “Elogia que algo queda,
y que llevó el periódico cuidando mucho de no meterse ni meterlo en
berenjenales”. Pero, ¿a qué viene lo que cuento? Pues sencillamente a unas palabras
de Albert Rivera, líder de
Ciudadanos, que se presentará ante Felipe
VI el próximo jueves en ronda de consultas, de cara a la posible formación
de Gobierno en la XII Legislatura.
Y el señor Rivera pretenderá “desde la humildad” que el rey ayude a desbloquear
la actual situación política, “sugiriendo” el rey a Pedro
Sánchez que el PSOE se abstenga en
la segunda votación de investidura, tal
y como Ciudadanos pretende hacer. De paso, le dirá al rey que “Rajoy no es la persona adecuada para
iniciar una etapa de reformas y contra la corrupción”. Albert Rivera, nuevo en
esta plaza, no parece ser consciente de que el rey sólo puede escuchar a las
distintas formaciones parlamentarias y en ningún caso ayudar al desbloqueo
aportando sugerencias. Felipe VI no puede llevar a cabo aquello que no está
contemplado en la
Constitución ni caer en la trampa del borboneo, que tan malos resultados dieron a su bisabuelo Alfonso XIII y a su abuelo Juan de Borbón. Ambos llevaban el borboneo en sus genes, como en la fábula
de la rana y el escorpión. Manipular las voluntades desde la Corona suele terminar mal.
Como señalaba Jorge Martínez Reverte
en su artículo “Borbonear”
(18.02.2013): “el fracasado rey Juan III,
y el rey Juan Carlos I, se vieron en
numerosas ocasiones acusados de llevarlo en sus genes, junto con la muy
concreta lacra hemofílica y el inidentificable rasgo que les definía como
portadores de legitimidades dinásticas”. (…) “Borboneó Alfonso XIII, y eso ayudó a que se produjeran la matanza
de Annual y la guerra civil. Borboneó
don Juan de Borbón, y eso ayudó muy probablemente a que la dictadura franquista
se perpetuara. Y borboneó, o estuvo
al borde de hacerlo, que eso ya lo veremos, Juan Carlos I, y eso llevó a España
a colocarse (si es que fue así) cerca del abismo en un par de ocasiones”.
¡Oído, cocina!
jueves, 21 de julio de 2016
Picaresca

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