Obama, antes de
marcharse de regreso a los Estados Unidos, todavía tuvo tiempo para dedicar 3
minutos a Sánchez, Iglesias y Rivera en la base militar de Torrejón. Supongo que, como en la
canción de Joaquín Sabina 19 días y 500 noches, Obama les
susurró: “hola y adiós, y el portazo sonó
como un signo de interrogación”. Porque aquí todo son interrogaciones. A
estas alturas del calendario (mañana, 13, san
Enrique) todavía no sabemos en qué quedará la cosa, o sea, los apoyos que
tendrá Mariano Rajoy para continuar
en La Moncloa. A
san Enrique, emperador, una noche se le apareció en sueños su padrino, san Wolfgango, y le hizo leer en la
muralla: “Después de seis…”,
desvaneciéndose inmediatamente la aparición. A Rajoy no sabemos si se le habrá
aparecido en sueños su padrino El
Caniche y le habrá puesto en la pared de su alcoba: “Ya han pasado seis…” y se
habrá disipado, de igual manera, tal aparición. Cuenta la leyenda que cuando
san Wolfgango se retiró como eremita, para encontrar en lugar donde quedarse,
pidió al Cielo que se lo indicara, lanzó un hacha y se construyó una capilla en
el lugar donde cayó. Wolfgango convenció al diablo para que le ayudara a
construir la capilla, a cambio del alma del primero que entrara. El diablo,
para llevar los materiales, tomó la forma de caballo. Al acabar, el primero que entró a la capilla fue un lobo (wolf en alemán) y el diablo,
enrabiado, se fue volando. No es el caso de El Caniche, que puso a dedo a Rajoy
en la pista de despegue y se marcho volando a preguntarle “que hay de lo mío” a George
W. Bush por sus servicios prestados.
Quedaba para la historia la foto de las Azores, que ya es algo. Pero de esos
tres mosqueteros (Sánchez, Iglesias y Rivera) no han quedado fotos para el
recuerdo. No las hubo. Bueno, sí las hubo, como las hubo en mi primera comunión. A nadie interesan.
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