Me entero de que el Tribunal de Cuentas ha detectado que
casi 30.000 fallecidos cobraron pensión en 2014, equivalentes a 25’3 millones
de euros. El Tribunal de Cuentas ha detectado esos errores al
cruzar los datos de beneficiarios de las prestaciones y decesos registrados en
el INE. Ya sabemos que la picaresca española es de libro, pero en buena lógica
aquellos que hayan cometido ese abuso deberán devolver las cantidades recibidas
más los intereses devengados, sin tener en cuenta las responsabilidades penales
a que hubiesen lugar. Lo peor, si cabe, es que esos errores negligentes de la Administración han
determinado que durante el periodo 2012-2014 haya prescrito el derecho a
reclamar las deudas por un importe de, al menos, 10,28 millones de euros.
A mi entender, tales fallos serían corregibles si cada año los beneficiarios de
pensiones, contributivas y no contributivas, tuvieran que presentar en la Tesorería de la Seguridad Social
un certificado de fe de vida o viudedad, o que hubiese obligación por parte de
los Registros Civiles de entregar una copia literal del Certificado de
Defunción de cada pensionista fallecido a ese organismo. Porque, siendo mal
pensados, y yo lo soy, cualquier anciano puede ir a votar en los comicios con
el DNI de otro amigo fallecido meses antes y que perteneciera a distinto
colegio electoral. Los ancianos se parecen mucho entre ellos por los ajes en el
rostro y los vocales de las mesas no se suelen fijar en las fotografías que
aportan los documentos de identidad que se presentan para ejercer el derecho a voto.
Este país es lo más parecido a la casa de
Tócame Roque y así nos va. Don José María Iribarren decía que la
casa de Tócame Roque estaba situada en el número 50 de la calle madrileña
del Barquillo y que fue demolida en 1850 por orden del jefe político José Zaragoza. Era una casa de vecindad
fea e insalubre, famosa por haberla inmortalizado por don Ramón de la Cruz
en su sainete La Petra
y la Juana o el
buen casero y por los líos que en elle tuvieron lugar. Algo parecido dejó
escrito don Natalio Rivas Santiago
en la séptima parte de su Anecdotario
Histórico Contemporáneo (Editora Nacional, Madrid, 1953 pp. 29 a 31), libro agotado, muy
difícil de encontrar en las librerías y que conservo como oro en paño. Tiene
añadida una cariñosa dedicatoria de puño y letra de su autor a mi abuelo
materno.
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