Don Secundino, alias Fosglutén,
nada tenía que ver con don Secundino Cojoncio Sánchez, salvo que ambos ejercían
de jefes de estación en lugares distintos. Don Secundino, alias Fosgutén,
esperaba todos los meses, sobre el día cuatro, a que llegase el convoy con el
vagón-economato para poder adquirir una docena de botes de leche condensada “Ali”;
varios paquetes de café “Motilón”; un lote de jabones de tocador “Lacitos”,
o “Flores de Guris”; que el cronista no está muy seguro; dos botellas de licor “Monasterio de
Piedra”, y otras dos botellas
de anís “La
Dolores”, de Casa Esteve, Calatayud. El licor “Monasterio
de Piedra” lo utilizaba como medicamento todas las noches antes de
acostarse. Le recordaba el sabor
del “Tosidrín” de toda la vida.
Se lo tomaba a cucharadas soperas para romper la telilla de las flemas y le
ayudara a conciliar el sueño. De igual manera, esperaba al mismo convoy todos
los días quince, que aparecía en sentido contrario, para llenar varias garrafas
de agua potable del vagón cisterna donde ponía en letras blancas “ciclo
Grisén” sobre un grifo de considerables dimensiones. Don Secundino, alias
Fosglutén, siempre bebía en las comidas agua del ciclo Grisén, era
blanda, de agradable sabor y nada tenía que envidiar al agua de Arnedillo, de
la que señalaba el Madoz que
tenía poderío suficiente como para sacar del cuerpo esquirlas de balas. Don
Secundino, alias Fosglutén, al jubilarse marchó a El Burgo Ranero, provincia de
León, donde uno de sus hijos estaba de encargado en una gasolinera. Allí le
perdí la pista.
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