Mucho se habla de la vega de Navarra pero, por desgracia
para nuestros estómagos, los pimientos del piquillo llegan del Perú y los
espárragos, por muy “cojonudos” que
señalen las etiquetas de los botes, proceden de China. Cosa distinta es dónde
los envasan. Pasa algo parecido con las verduras. Las judías verdes llegan de
Marruecos; las cebollas moradas, de India; y los tomates, de sabe dios dónde.
Este es el mundo al revés. Dice el Gobierno en funciones, que ya lleva seis
meses sin funcionar, que han aumentado las exportaciones y que ello nos
favorece. Al menos esos son los datos del INE. Lo cierto es que el gasto en
consumo de las familias crece más que su renta disponible. Y esa referencia no
es sostenible. Cada mes, 150.000 ciudadanos españoles entran en los ficheros de
morosos: Asnef, Badescug, Rai, Fichero de Incidencias Judiciales y Central de Información de Riesgos del Banco
de España (Cirbe), donde aparecen
todos aquellos ciudadanos que tienen concedido algún tipo de crédito a partir
de 6.000 euros. Lo que se busca es calificar el grado de endeudamiento de un
cliente, o sea, comprobar si es apto para obtener una nueva financiación. Pero
no pasa nada. Ha llegado julio con las rebajas. La gente, una vez provista de
pantalones-pirata, mariconeras de cinturón, chancletas y gorras de visera que
no se quitará ni por la noche, se marchará a un apartamento alquilado en la
playa, o en la montaña, después acudirá a fiestas en los pueblos donde todavía
quedan parientes a los que esquilmar; y, con un poco de suerte, aún sobrará
tiempo para matar las noches calurosas en la terraza del bar, soltar a la
chiquillería para que juegue y meta batahola
en las aceras hasta las dos de la madrugada; y, mientras cerveza va y cerveza
viene entre risotadas necias, si el vecino no puede dormir, que se fastidie o
que se vaya a vivir a Finlandia. Y en septiembre lo de siempre por esas fechas:
que si los libros de texto están caros; que si el comedor del colegio ha subido
sus tarifas; que si el autobús, también; que si hay que comprar ropa a los
niños, que han dado un estirón… Y el gasto crecerá como las ortigas. Pero no
pasa nada. Siempre se podrá recurrir al socorro de los abuelos, esos seres
silentes y dóciles, casi entelequias, que nunca veranean pero que a la postre
terminan pagando la fiesta.
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