Yo no acabo de entender la razón por la que en Zaragoza se
produzcan tantos tropiezos entre el tranvía, (a pesar de que sólo contamos con
la línea que nos dejó el alcalde Juan
Alberto Belloch antes de que éste volviese a usar la toga), y ciertos
conductores de turismos despistados que siguen haciendo bueno aquello del
baturro a lomos de la borrica sobre la caja de la vía férrea: “Chufla, chufla, que como no te apartes tú…,
yo tampoco”. Entiendo que existan accidentes entre turismos y autobuses
urbanos, cuando uno de ellos se salta un semáforo, no cede el paso, se despista,
etcétera; pero el culpable siempre será, a mi entender, el conductor del
turismo. El tranvía circula por su carril y ni siquiera se le sale el
pantógrafo, como sucedía con los mástiles de aquellos trolebuses que iban al
Gállego y que siempre se salían de madre en la curva de la gasolinera de Dalmau
con la avenida de Cataluña. Menos mal que por aquel entonces iban a bordo dos
empleados de gris y con visera, que siempre dieron mucho respeto, es decir, el
conductor y el cobrador. Bastante tenían ambos con atinar a tensar unas cuerdas
y poder colocar el trole de dos pértigas en la catenaria. Era un trabajo
añadido al de expender billetes y conducir que entraba dentro del sueldo. Ahora
dice el nuevo alcalde, Pedro Santisteve,
que el Ayuntamiento no tiene dinero para hacer una segunda línea de tranvía y
que, además, será necesario hacer un debate con “rigor técnico”. Los ediles del
PP, que son lo más parecido al tío Calambres,
que salió del pueblo por ver la fiesta, la
Lola Flores y El Cordobés, prefieren optar por el
“trambús”, o sea, por el autobús eléctrico. Aseguran que no da calambre, que
dio su sangre en la transfusión, porque no pue, pue, pue, pue… no pueden ni dormir.
La cuestión es tratar de volver al pasado que tanto añoran, a aquellos trolebuses de la línea 10, “Coso-Gállego”, que se inauguraron por los mandamases de entonces el 8 de mayo de 1951, pero ahora sin troles ni aquellos empleados de gris y con gorra de plato que daban tanto yuyu. Sólo les faltaba el barbuquejo, la porra y poder dar palizas en las mazmorras de Orden Público. Pero se daban un ligero aire a aquellos energúmenos de triste recuerdo. Hombre,
antes de nada, lo deseable sería que se pagara la primera y única línea, que
costó un Congo con el nefasto rey belga Leopoldo
I incluido en el lote, o sea, la
friolera de 200 millones de euros. Belloch nos dejó, además de esa línea de
tranvía, un catamarán que navegaba por el Ebro, de puente a puente y tiro
porque me lleva la corriente, con rumbo a ninguna parte. Santisteve también decidió suprimirlo. Zaragoza es una ciudad con turismo de una sola jornada y
no parece elegante que los visitantes por un día se ahoguen, o que se los coma un hambriento
siluro. Aquí queda claro que no hay parné para trazar una segunda línea de tranvía. Lo chocante es que con el consistorio que
preside Santisteve se prioriza la reforma del estadio de La Romareda, de propiedad
municipal, en beneficio de un equipo de fútbol de segunda división. ¿Alguien lo
entiende?
No hay comentarios:
Publicar un comentario