Imagine el lector un establecimiento comercial con un
departamento de comida para llevar. Y entre las viandas, pollos asados. El
empleado saca los pollos en bandejas y los va depositando en las baldas de una
estantería frontal que queda a la altura de la vista del cliente, pero a cierta
distancia como para que no pueda alcanzarlos. Más cerca del cliente, en una
estantería horizontal, hay depositadas patatas panadera dentro de unos pequeños
Tupperware a los que les han colocado unas etiquetas. También existen
tales tupper con patatas en la
estantería frontal, donde no alcanza el brazo del cliente. En esa estantería
horizontal, a la que sí alcanza el cliente con la mano, se van depositando tupper con patatas y el espacio para tres
pollos asados que ya van en el interior de sus tupper correspondientes. Entonces, el mismo empleado coloca sobre
los tupper de los tres pollos (que se reponen hasta alcanzar la
cifra de tres a medida que los va demandando el cliente) parecidas
pegatinas a las que coloca sobre los tupper
de patatas, donde se utiliza el mismo sistema de reposición. Llega el
cliente con su número y pide un pollo al empleado. Éste, con cierta amabilidad,
le sugiere que tome el que desee entre los tres pollos del expositor, que ahora
ya “funciona como autoservicio”. ¡Milagro! El empleado le da en mano el
pollo y un pequeño tarro con lo que se supone que es salsa y le pregunta al
cliente que si desea patatas. El cliente pretende que le dé una bolsa de
papel para su transporte, pero el empleado le indica que se lo procurarán en
caja, cuando abone el producto. Llegado a ese punto, el cliente le indica
al empleado que está viendo bolsas y que desea una. El empleado insiste en que
se la darán en caja, de plástico y previo pago de la misma. Entonces el
cliente, ya enfadado, le espeta: “Hasta
aquí hemos llegado”. Y el empleado, ante la posición rotunda del cliente, toma
una bolsa de papel y le mete dentro su compra. Pero el cliente, como no es la
primera vez que tales cosas le acontecen, antes de salir del establecimiento
decide acercarse al mostrador de “Atención al Cliente” y solicita la entrega de
una Hoja de Reclamaciones. La
empleada, sin apenas inmutarse, le larga una hoja de “reclamación de clientes”
de uso interior del establecimiento. Pero el cliente se la devuelve y le
insiste en que desea una Hoja de
Reclamaciones oficial. Entonces la empleada desaparece y al cabo de poco
rato asoman dos señores muy trajeados que te invitan a entrar en un despacho.
Les comentas el incidente y “aparentemente” te dan la razón. Parece que se lo
estuvieses explicando al bedel de un sanatorio o al tipo que corta la entrada
en la puerta del cine. Finalmente, sin que sirva de precedente, renuncias a
hacer la reclamación oficial oportuna y te marchas disgustado. ¿Que dónde me ha
sucedido tal cuestión? En EL CORTE
INGLÉS de Sagasta, en Zaragoza. Y pongo el nombre del establecimiento con
mayúsculas por ver si a sus responsables se les cae la cara de vergüenza, que
no creo. Eso sí, la próxima vez escribiré en las Hojas de Reclamaciones oficiales
tantas veces como sean necesarias.
España es un Estado de derecho. Quedan avisados.
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