Leo hoy en
el diario El País que los nietos de Franco pretenden enterrar los restos de
su abuelo en la catedral de la Almudena, si se exhuman del Valle de los Caídos.
Todo un despropósito. Los nietos del
dictador desconocen un acuerdo del Concilio Vaticano II donde se especificó que no
hubiese tumbas en los templos, y así se fijó en el canon 1242 del Código de Derecho Canónico de 1983, que señala: "No
deben enterrarse cadáveres en las iglesias, a no ser que se trate del Romano Pontífice, de sus propios
cardenales u obispos diocesanos, incluso eméritos". Por esa razón, Adolfo Suárez y Amparo Illana, o Claudio
Sánchez Albornoz (que está enterrado muy cerca de ellos) ocupan un espacio
en el claustro, no dentro del templo. En otro canon,
en el 1239, se establece que “ningún
cadáver, ni siquiera el del Papa o el de un obispo, puede estar enterrado bajo
el altar; en caso contrario, no es lícito celebrar la misa en él”. Me viene a
la memoria la cripta de El Cristo, en la catedral de Santander, donde bajo el
altar están enterrados, además de las cabezas de san Emeterio y san Celedonio,
aparecidas a la deriva a bordo de una chalupa,
los cuerpos de muchos santanderino asesinados durante la Guerra Civil. Por
cierto, mal llamada “cripta” desde el momento en el que para su acceso hay que
subir unos tramos de escalera. Es, realidad, la iglesia baja de una colegiata
convertida en catedral reinando Fernando
VI por deseo de Benedicto XIV en 1754, desde entonces convertida en parroquia.
En esa catedral casó a mis padres el entonces obispo José Eguino Trecu. Pero, ya puestos a rizar el rizo de los despropósitos, propongo que a Franco lo
trasladen a la catedral de Burgos y le habiliten una sepultura cerca de la del Cid Campeador, pero al estilo del Doncel en la catedral de Sigüenza,
donde el dictador aparezca recostado sobre su sarcófago y bajo un arco de medio
punto leyendo “Raza”, escrita por un tal Jaime de Andrade. Enmarcado en la lápida funeraria, el texto: “En el día de hoy cautivo y desarmado el
ejército rojo…etcétera”; y en la parte inferior de la hornacina, la siguiente inscripción: “Todo atado y bien atado”. En la entrada de la catedral, junto al Papamoscas, en el ventanal del triforio,
cuando suenen las horas y mueva el brazo
derecho y abre la boca, podría aparecer un cartel donde pusiese: “Es el mejor. La Historia lo dijo y yo no
miento”, inspirado en la etiqueta modernista del Anís del Mono, dibujada por Ramón
Casas en 1898, uno de los símbolos (junto con el toro de Osborne, el calimocho, el "sol y sombra" y el carajillo)
que mejor han reflejado las costumbres de este país durante muchas
décadas.
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