Es
curioso. Yo nací en un ingenio azucarero, cuando las azucareras en España
funcionaban a todo trapo. La sacarosa se extraía, salvo en Salobreña y en algún
otro lugar del sur, de la remolacha. Pero los remolacheros que yo conocí,
también los trabajadores de aquellas fábricas de azúcar, no estaban al tanto la
famosa rapadura, que se extraía a partir de la caña. En casa solíamos tomarla
cuando asomaba diciembre. Mi padre, habanero
de nacimiento, pasó grandes temporadas de joven en la isla de La Palma, la isla
más próxima al continente americano. Y en San Andrés y Sauces sí conocían la
rapadura. Mi abuela paterna, cubana de
Los Remates de Guane (Pinar del Río) aunque descendiente de palmeros, sabedora
de los gustos de mi padre, nos enviaba desde Madrid (en Madrid se consigue de
todo) un paquete por navidades con mazapanes y cosas típicas de esas
fechas. Y siempre aparecían dentro del
paquete una cajita de madera con dulce de guayaba, unos cucuruchos de rapadura y varios kilos de
frijoles cubanos que días más tarde comíamos con el añadido de arroz blanco, que
siempre se servía separadamente. La rapadura se prepara a partir del jarabe de
caña después de haberse puesto a remojo y más tarde puesto a secar. Se suele
presentar en forma de cono. En los ingenios de Motril y de la costa de Málaga (de
donde partió la caña de azúcar a Canarias y más tarde a América) se la conoce
como piloncillo. Tiene hidratos de carbono, vitamina B, calcio, hierro,
fósforo, cobre, magnesio, ácido ascórbico y sales minerales. En tierras aragonesas, donde por Navidad es
típico comer cardo en salsa de almendras, sopa cana y bacalao ajoarriero, tanto
en la estepa de los Monegros, como en las Cinco Villas, o en las estribaciones
de la Sierra Ibérica, parece difícil aceptar la rapadura, cuando se conocen las
virtudes gloriosas del famoso guirlache, las almendras hervidas en miel y el
tronco relleno de trufa, que “tampoco es mal ave”, como dijo Eduardo Dato en Fornos, refiriéndose al congrio
a la manteca negra con sutil elegancia, cuando se cambió el menú a última
hora y fue servido en vez del faisán al
modo de Alcántara, relleno de foie
y trufas, que habían apalabrado días antes los responsables del banquete en su honor.
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