El
esperpento en España no cesa. Forma parte de nuestro modo de ser. El diccionario
tiene dos acepciones: una de ellas hace referencia a la fealdad, desaliño y
apariencia grotesca de un individuo; la otra, a un género literario
caracterizado por la presentación de una realidad deformada, grotesca y la
degradación de los valores consagrados a una situación ridícula. Ello viene a
cuento con una información facilitada por el diario El País donde se da cuenta de que el pasado sábado, 1 de
septiembre, se utilizó una UVI móvil para sacar a un toro de la plaza de
Valdepeñas y arrastrarlo hasta el desolladero “ante las miradas atónitas, la
guasa y la vergüenza ajena de los espectadores”. No era para menos. Se trataba del sexto toro y el albero ya estaba iluminado
con luz eléctrica. Según los testigos
presenciales, se habían roto unas cinchas de las mulillas. Según el empresario
de la plaza, el aragonés Carlos Sánchez,
“no quisimos sacarlo con la fuerza de un solo animal porque hubiese muerto en
el intento, dado el peso del toro”. (…) "Teníamos tres ambulancias: una
UVI Móvil con capacidad para remolcar, un quirófano móvil y un vehículo de traslado.
Es obligatorio por ley". Si, muy bien, Sánchez, pero la ley de
espectáculos taurinos también señala que “los toros deben ser trasladados por
los métodos tradicionales y nunca por medios motorizados en todo en el conjunto
del Estado”. En el cartel del sábado pasado figuraban los espadas Salvador Cortés (finalmente sustituido por Jesuli de Torrecera), Damián
Castaño y Gómez del Pilar, en un
desafío ganadero entre los Vega-Villar,
de Francisco Galache y los Santa Coloma, de Pablo Mayoral. Gómez del Pilar, que había hecho el paseíllo con el
capote de la Peña El Burladero de
Valdepeñas, cortó oreja y oreja (es decir: una de cada toro que le había
caído en suerte) y salió a hombros. Aquel sexto toro se lo había brindado Gómez
del Pilar a los propietarios del restaurante
La Campana Gorda de Toledo. Tengo la ficha de esa corrida, la carpetovetónica
corrida del esperpento. Sólo faltó en Valdepeñas la banda del Empastre interpretando el pasodoble “Pan y toros”, de Francisco
Asenjo Barbieri. Curiosamente, tres años después de su estreno (1864) Isabel II prohibió la obra y, además,
que las bandas interpretaran el pasacalle
de la manolería. Ignoro las circunstancias, pero intuyo que en el argumento
del libreto de José Picón existe una
supuesta conspiración creada por unos cuantos españoles liberales, ansiosos de
conseguir que Carlos IV (abuelo de
la reina) gobernase por sí mismo en vez de vivir sometido a Godoy. Menos mal que “la Gloriosa” terminó con todas esas
tonterías palaciegas en septiembre de 1868. Pero, ay, aquella banda de
Catarroja (Valencia) creada en 1915 con el beneplácito del maestro Serrano desapareció en el año 2000. José Cabo fue su último director. Una
pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario