miércoles, 5 de septiembre de 2018

De haber vivido Valle...



El esperpento en España no cesa. Forma parte de nuestro modo de ser. El diccionario tiene dos acepciones: una de ellas hace referencia a la fealdad, desaliño y apariencia grotesca de un individuo; la otra, a un género literario caracterizado por la presentación de una realidad deformada, grotesca y la degradación de los valores consagrados a una situación ridícula. Ello viene a cuento con una información facilitada por el diario El País donde se da cuenta de que el pasado sábado, 1 de septiembre, se utilizó una UVI móvil para sacar a un toro de la plaza de Valdepeñas y arrastrarlo hasta el desolladero “ante las miradas atónitas, la guasa y la vergüenza ajena de los espectadores”. No era para menos. Se trataba  del sexto toro y el albero ya estaba iluminado con luz eléctrica. Según  los testigos presenciales, se habían roto unas cinchas de las mulillas. Según el empresario de la plaza, el aragonés Carlos Sánchez, “no quisimos sacarlo con la fuerza de un solo animal porque hubiese muerto en el intento, dado el peso del toro”. (…) "Teníamos tres ambulancias: una UVI Móvil con capacidad para remolcar, un quirófano móvil y un vehículo de traslado. Es obligatorio por ley". Si, muy bien, Sánchez, pero la ley de espectáculos taurinos también señala que “los toros deben ser trasladados por los métodos tradicionales y nunca por medios motorizados en todo en el conjunto del Estado”. En el cartel del sábado pasado  figuraban los espadas Salvador Cortés (finalmente sustituido por Jesuli de Torrecera), Damián Castaño y Gómez del Pilar, en un desafío ganadero entre los Vega-Villar, de Francisco Galache y los Santa Coloma, de Pablo Mayoral. Gómez del Pilar, que había hecho el paseíllo con el capote de la Peña El Burladero de Valdepeñas, cortó oreja y oreja (es decir: una de cada toro que le había caído en suerte) y salió a hombros. Aquel sexto toro se lo había brindado Gómez del Pilar a los propietarios del restaurante La Campana Gorda de Toledo. Tengo la ficha de esa corrida, la carpetovetónica corrida del esperpento. Sólo faltó en Valdepeñas la banda del Empastre interpretando el pasodoble “Pan y toros”, de Francisco Asenjo Barbieri. Curiosamente, tres años después de su estreno (1864) Isabel II prohibió la obra y, además, que las bandas interpretaran el pasacalle de la manolería. Ignoro las circunstancias, pero intuyo que en el argumento del libreto de José Picón existe una supuesta conspiración creada por unos cuantos españoles liberales, ansiosos de conseguir que Carlos IV (abuelo de la reina) gobernase por sí mismo en vez de vivir sometido a Godoy. Menos mal que “la Gloriosa” terminó con todas esas tonterías palaciegas en septiembre de 1868. Pero, ay, aquella banda de Catarroja (Valencia) creada en 1915 con el beneplácito del maestro Serrano desapareció en el año 2000. José Cabo fue su último director. Una pena.

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