jueves, 20 de septiembre de 2018

Foto de feria



Dicen los responsables del Ayuntamiento de Zaragoza que desean regular el uso del patín eléctrico.  El sexticiclo, que diría Jardiel, o algo parecido, es lo que martiriza hoy a los ciudadanos en las aceras, además de las mesas de velador que interrumpen el paso. Aquí, o te pilla el tranvía por ir despistado en calles sin bordillos, o te arremete el patín eléctrico de frente o por detrás y por derecho mientras contemplas un escaparate como el que ve llover. Esas infernales máquinas eléctricas, silentes y rodando a traición, están dispuestas a dejar este país lleno de mutilados sin derecho a estanco. Tranvías eléctricos, taxis eléctricos, bicicletas eléctricas…, y ahora, el patín eléctrico.  Lo de los tranvías, bueno, siempre fueron así, al menos desde que desaparecieron los semovientes de arrastre, o sea, con trole y sobre vías de acero. Pero los taxis, salvo el triste periodo en el que tuvieron que moverse con gasógeno, siempre fueron armatostes ruidosos por su rodadura sobre el empedrado y sus motores Perkins de inyección. Ahora no, ahora son como el tren-bala. Las bicicletas no hacen ruido, pero antes disponían de un timbre que semejaba aquella campanilla que movía el acólito acompañante cuando el cura se acercaba a un domicilio para olear e hisopar a un enfermo grave. Pero el patín, ¡ay el patín!, ha aparecido súbitamente, como la mosca negra, el mejillón-cebra o la cotorra argentina. Y al peatón no le queda otra que tenerlo que torear por las aceras con reflejos de funanbulista en evitación de terminar corneado como el pobre Manuel Granero (que aquella tarde de mayo de1922 vestía de catafalco y oro) por culpa de un toro del duque de Veragua, el burriciego Pocapena, en la plaza madrileña de la carretera de Aragón. Y hablando de la carretera de Aragón, por asociación de ideas, aprovecho para hacer referencia de un libro de Juan Carlos Pueo, profesor titular de Teoría de la Literatura en la Universidad de Zaragoza  (“Como un motor de avión: biografía literaria  de Enrique Jardiel Poncela”.  Editorial Verbum. Madrid, 2016) donde en la página 207 y siguientes hace referencia a aquel viaje en patinete Madrid-Zaragoza de Jardiel y otros colegas en sexticiclo. Libro está bien documentado y es de amena lectura. Como bien reconocía  El País ayer,  los patinetes eléctricos, cuya ventas se han triplicado en España, además de la multiplicación de su alquiler, ofrecen muchas ventajas. La principal es que no producen emisiones. Forman parte de un profundo cambio en la cultura urbana: el paulatino arrinconamiento del coche como modo de desplazamiento individual para, además de los transportes públicos, apostar por vehículos no contaminantes: coches eléctricos, muchas veces compartidos, y, naturalmente, las bicicletas”. No cabe duda de que ese diario está en lo cierto, pero también será necesario proteger a los peatones de los patines, que nos está convirtiendo en modelos de “foto de feria”, en torerillos de pueblo dispuestos a morir por mor de la paleta afición en plaza portátil y carente no ya de enfermería sino de un elemental anaquel de primeras curas.

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