Dicen los responsables del Ayuntamiento de Zaragoza que
desean regular el uso del patín eléctrico. El sexticiclo,
que diría Jardiel, o algo parecido, es
lo que martiriza hoy a los ciudadanos en las aceras, además de las mesas de
velador que interrumpen el paso. Aquí, o te pilla el tranvía por ir despistado
en calles sin bordillos, o te arremete el patín eléctrico de frente o por
detrás y por derecho mientras contemplas un escaparate como el que ve llover.
Esas infernales máquinas eléctricas, silentes y rodando a traición, están
dispuestas a dejar este país lleno de mutilados sin derecho a estanco. Tranvías
eléctricos, taxis eléctricos, bicicletas eléctricas…, y ahora, el patín
eléctrico. Lo de los tranvías, bueno,
siempre fueron así, al menos desde que desaparecieron los semovientes de
arrastre, o sea, con trole y sobre vías de acero. Pero los taxis, salvo el
triste periodo en el que tuvieron que moverse con gasógeno, siempre fueron
armatostes ruidosos por su rodadura sobre el empedrado y sus motores Perkins de inyección. Ahora no, ahora
son como el tren-bala. Las bicicletas no hacen ruido, pero antes disponían de
un timbre que semejaba aquella campanilla que movía el acólito acompañante
cuando el cura se acercaba a un domicilio para olear e hisopar a un enfermo
grave. Pero el patín, ¡ay el patín!, ha aparecido súbitamente, como la mosca
negra, el mejillón-cebra o la cotorra argentina. Y al peatón no le queda otra
que tenerlo que torear por las aceras con reflejos de funanbulista en evitación
de terminar corneado como el pobre Manuel
Granero (que aquella tarde de mayo de1922 vestía de catafalco y oro) por culpa
de un toro del duque de Veragua, el
burriciego Pocapena, en la plaza
madrileña de la carretera de Aragón. Y hablando de la carretera de Aragón, por
asociación de ideas, aprovecho para hacer referencia de un libro de Juan Carlos Pueo, profesor titular de
Teoría de la Literatura en la Universidad de Zaragoza (“Como
un motor de avión: biografía literaria
de Enrique Jardiel Poncela”. Editorial
Verbum. Madrid, 2016) donde en la página 207 y siguientes hace referencia a
aquel viaje en patinete Madrid-Zaragoza de Jardiel y otros colegas en sexticiclo. Libro está bien documentado
y es de amena lectura. Como bien reconocía El País
ayer, “los
patinetes eléctricos, cuya ventas se han triplicado en España, además de la multiplicación
de su alquiler, ofrecen muchas ventajas. La principal es que no producen
emisiones. Forman parte de un profundo cambio en la cultura urbana: el
paulatino arrinconamiento del coche como modo de desplazamiento individual
para, además de los transportes públicos, apostar por vehículos no
contaminantes: coches eléctricos, muchas veces compartidos, y, naturalmente,
las bicicletas”. No cabe duda de que ese diario está en lo cierto, pero también
será necesario proteger a los peatones de los patines, que nos está convirtiendo
en modelos de “foto de feria”, en torerillos de pueblo dispuestos a morir por
mor de la paleta afición en plaza portátil y carente no ya de enfermería sino
de un elemental anaquel de primeras curas.
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