Se
cuenta que en cierta ocasión unos turistas tenían un interés especial en conocer
el Monasterio de Rueda. Para conseguir
la información oportuna, se acercaron
hasta una oficina de Turismo que entonces se encontraba en la zaragozana Plaza
del Pilar. Y una de aquellas empleadas, sin duda novata, sin cortarse un pelo,
les informó a aquellos viajeros que tal monasterio estaba situado en la
localidad de Rueda de Jalón, en el partido judicial de La Almunia de Doña
Godina. No quiero pensar la cara que se les quedaría a aquellos viajeros cuando
llegaron a ese pueblo, tras haber hecho 46 kilómetros por la N-II, y descubrir
que allí no se encontraba tal monasterio. Todo lo más un castillo medieval en
estado de ruina del que sólo se conservaba
un tramo de muralla almenada conectada con una torre albarrana de estilo
musulmán. Lo correcto hubiera sido que la necia trabajadora les hubiese
indicado que el monasterio cisterciense se encuentra en Sástago, a 74
kilómetros de Zaragoza, en dirección a Castellón. Esa anécdota me recuerda
cuando llegué a Sevilla por primera vez, a principio de los 70, y pregunté a un
guardia urbano la razón por la que la calle en la que entonces me encontraba se
llamaba Sierpes. Aquel guindilla, serio y circunspecto, me aclaró, y me aclaró
mal, que se llamaba sí por su forma sinuosa. Pero hoy, leyendo el artículo “Lagarto, lagarto…” de Antonio Burgos en ABC de Sevilla despejo muchas dudas. Cuenta Burgos que “el
Ayuntamiento ha acometido la restauración de la monumental Cruz de
la Cerrajería”, trasladada a la Plaza de Santa Cruz en 1918. Sostiene
Burgos que “esa monumental forja es obra de un almonteño, sin mezcla de
Villamanrique alguna: de Sebastián Conde,
herrero artístico que la labró para que fuera colocada en 1692 no donde ahora,
sino en la mismísima calle Sierpes, en la esquina con Cerrajería”. Cita el libro “El Cicerone de Sevilla”, de
Alejandro Guichot, donde su autor señala –y así lo cuenta Burgos-
que “la Cruz colocada en la esquina de Cerrajería fue llamada "Cruz de las Sierpes", por las cuatro que tiene antes de
su remate, sosteniendo cada uno de los reptiles un farol. Según Guichot,
Sierpes se llama así por las cuatro de hierro pelado que labró el almonteño
Conde en la Cruz colocada en la mitad de la calle. Y que tenía que ser
desmontada cada vez que venía la comitiva de un rey en visita a Sevilla. Hasta
que fue definitivamente retirada en 1840; hasta cuatro veces la tuvieron que
desmontar, incluso quizá para no tener tampoco fías ni porfías ni cuestión con
cofradías para el paso de las hermandades de penitencia. Fue enviada al Convento de las Mínimas, de donde en la
Desamortización de Mendizábal fue enviada al recién creado Museo de Bellas Artes”. (…) “Y fue precisamente
a don Santiago Montoto como concejal a quien se le ocurrió en 1919 poner
la Cruz en la plaza que en el solar resultante del derribo desamortizador de la
iglesia de Santa Cruz ‘inventó’ el
arquitecto don Juan Talavera, que
labró allí tres edificios, entre ellos su propia vivienda, que es donde ha
estado hasta la muerte de María Luisa
del Vando el restaurante La Albahaca.
Y en este año de Murillo no se ha
recordado, por cierto, que en algún lugar de esa plaza, quizá bajo ese portento
de forja almonteña, esté enterrado el pintor de la Purísima, sepultado en la desamortizada y demolida iglesia de Santa Cruz”. Pues nada, no
hay como escuchar al experto; y Burgos, como dicen los sevillanos, “sabe tela”.
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