Por la prensa me enteré hace sólo unos días que el
Museo del Prado había hecho un llamamiento ciudadano en un intento de descubrir
el paisaje de un cuadro del siglo XIX de Agustín
Riancho. Parece ser que ha habido muchas respuestas, aunque no parecen
acertadas. Entre ellas se han sugerido Riba de Santiuste, en Guadalajara; Mongrafüe, en Extremadura; la Formación
Herrerías, de Barrios de Luna (León); Los Molinucos del Diablo, en Cabuérniga
(Cantabria); etcétera. Yo me inclino por unos peñascos en la confluencia de Poblaciones,
Tudanca, Los Tojos y Campoo de Suso, en el llamado Parque Natural Saja-Besaya,
donde dos ríos, el Bijoz y el Arroyo del Infierno, modelan la Canal del
Infierno y la Canal de Cureñas. El lector se preguntará cómo he llegado a esa
conclusión. Sencillo: leyendo a Víctor
de la Serna. El hijo de Concha
Espina, que acostumbraba a firmar sus artículos en ABC con el pseudónimo de Diego
Plata, recopiló en su libro “Nuevo viaje de España” (Prensa Española,
Madrid, 1956) la esencia de muchos paisajes y paisanajes. Yo conservo la cuarta
edición (1959), con prólogo de Gregorio
Marañón y epílogo de Alfonso de la
Serna. A lo largo de 40 capítulos (todos ellos publicados en las páginas de
ese diario) Víctor de la Serna hace un extenso recorrido (“La ruta de los foramontanos”) donde, partiendo de diversos puntos
geográficos de la cornisa cantábrica (Cudillero hasta León; Unquera hasta
Astorga; Santander hasta Valladolid; y Laredo hasta Burgos), los cántabros
consiguieron expandirse en la diáspora. Fueron de alguna manera los precursores
de los jándalos, o sea, los jandaluces, que partiendo de La Montaña camino de
América se toparon con Andalucía y allí se quedaron para siempre. Algo tendrá
que ver en todo ello que el escudo de Santander lleve incorporado, además de
las cabezas de san Emeterio y san Celedonio, una carabela sobre el
Guadalquivir, unas cadenas, y la famosa Torre del Oro hispalense. Todo comenzó
cuando Fernando III ordenó al
almirante Ramón Bonifaz expulsar a
los musulmanes de Sevilla. Los marinos cántabros y sus 13 barcos lograron
romper la gruesa cadena que unía la ciudad de Sevilla con el arrabal de Triana
que impedía la entrada de flotas invasoras a través del río Guadalquivir, donde
siglos más tarde llegaría todo el oro desde América. Así, el Aljarafe quedó
aislado y Sevilla volvió a ser reconquistada el 23 de noviembre de 1248.
También la Torre del Oro aparece en los escudos de Laredo y Comillas. Pues
bien, aquel que lea detenidamente el libro de Víctor de la Serna, podrá
entender con bastante acierto dónde se encuentra el paisaje pintado por
Riancho. Pues nada, a mandar: “Echa vino, montañés/ que lo paga Luis de Vargas”. Alfonso de la Serna
cuenta en el epílogo del libro que Víctor de la Serna “era rápido en escribir,
No necesitaba del tiempo para madurar un artículo. Le vi escribiendo artículos
en un automóvil, en un tren, en el campo… Pero el artículo que más me asombró
por su rapidez fue uno (“In pacem”)
que escribió sobre un altar de una capilla lateral de El Escorial, mientras al
pie de altar mayor se desarrollaba una impresionante ceremonia. Le alumbró la
luz de una vela de cera para la hechura física de aquel escrito”. Dejémoslo
ahí. Si he descubierto un paisaje, me alegraré de haberlo conseguido. Si no es
así, seguiré escudriñando en los viejos libros, o en las fotos de los “ladrones
de paisajes” Charles Clifford y Jean Laurent, que no fue tarea fácil. Primero
había que preparar todos los químicos en una tienda portátil estanca a la luz,
que tenían que llevar siempre. Luego verter en una placa de vidrio el colodión
que luego sensibilizaba con nitrato de plata. Un lío que mereció la pena.
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