martes, 2 de julio de 2019

A propósito de un cuadro de Riancho




Por la prensa me enteré hace sólo unos días que el Museo del Prado había hecho un llamamiento ciudadano en un intento de descubrir el paisaje de un cuadro del siglo XIX de Agustín Riancho. Parece ser que ha habido muchas respuestas, aunque no parecen acertadas. Entre ellas se han sugerido Riba de Santiuste, en Guadalajara;  Mongrafüe, en Extremadura; la Formación Herrerías, de Barrios de Luna (León); Los Molinucos del Diablo, en Cabuérniga (Cantabria); etcétera. Yo me inclino por unos peñascos en la confluencia de Poblaciones, Tudanca, Los Tojos y Campoo de Suso, en el llamado Parque Natural Saja-Besaya, donde dos ríos, el Bijoz y el Arroyo del Infierno, modelan la Canal del Infierno y la Canal de Cureñas. El lector se preguntará cómo he llegado a esa conclusión. Sencillo: leyendo a Víctor de la Serna. El hijo de Concha Espina, que acostumbraba a firmar sus artículos en ABC con el pseudónimo de Diego Plata, recopiló en su libro  Nuevo viaje de España” (Prensa Española, Madrid, 1956) la esencia de muchos paisajes y paisanajes. Yo conservo la cuarta edición (1959), con prólogo de Gregorio Marañón y epílogo de Alfonso de la Serna. A lo largo de 40 capítulos (todos ellos publicados en las páginas de ese diario) Víctor de la Serna hace un extenso recorrido (“La ruta de los foramontanos”) donde, partiendo de diversos puntos geográficos de la cornisa cantábrica (Cudillero hasta León; Unquera hasta Astorga; Santander hasta Valladolid; y Laredo hasta Burgos), los cántabros consiguieron expandirse en la diáspora. Fueron de alguna manera los precursores de los jándalos, o sea, los jandaluces, que partiendo de La Montaña camino de América se toparon con Andalucía y allí se quedaron para siempre. Algo tendrá que ver en todo ello que el escudo de Santander lleve incorporado, además de las cabezas de san Emeterio y san Celedonio, una carabela sobre el Guadalquivir, unas cadenas, y la famosa Torre del Oro hispalense. Todo comenzó cuando Fernando III ordenó al almirante Ramón Bonifaz expulsar a los musulmanes de Sevilla. Los marinos cántabros y sus 13 barcos lograron romper la gruesa cadena que unía la ciudad de Sevilla con el arrabal de Triana que impedía la entrada de flotas invasoras a través del río Guadalquivir, donde siglos más tarde llegaría todo el oro desde América. Así, el Aljarafe quedó aislado y Sevilla volvió a ser reconquistada el 23 de noviembre de 1248. También la Torre del Oro aparece en los escudos de Laredo y Comillas. Pues bien, aquel que lea detenidamente el libro de Víctor de la Serna, podrá entender con bastante acierto dónde se encuentra el paisaje pintado por Riancho. Pues nada, a mandar: “Echa vino, montañés/ que lo paga Luis de Vargas. Alfonso de la Serna cuenta en el epílogo del libro que Víctor de la Serna “era rápido en escribir, No necesitaba del tiempo para madurar un artículo. Le vi escribiendo artículos en un automóvil, en un tren, en el campo… Pero el artículo que más me asombró por su rapidez fue uno (“In pacem”) que escribió sobre un altar de una capilla lateral de El Escorial, mientras al pie de altar mayor se desarrollaba una impresionante ceremonia. Le alumbró la luz de una vela de cera para la hechura física de aquel escrito”. Dejémoslo ahí. Si he descubierto un paisaje, me alegraré de haberlo conseguido. Si no es así, seguiré escudriñando en los viejos libros, o en las fotos de los “ladrones de paisajes” Charles Clifford y Jean Laurent, que no fue tarea fácil. Primero había que preparar todos los químicos en una tienda portátil estanca a la luz, que tenían que llevar siempre. Luego verter en una placa de vidrio el colodión que luego sensibilizaba con nitrato de plata. Un lío que mereció la pena.

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