Hay que ir hasta Conil de la Frontera para
descubrir, además de unos pueblos blancos como lavados con Perlán, un producto culinario
desconocido por muchos españoles. Se trata de las ortiguillas, ese alimento de
fritura nacido en la Bahía de Cádiz como consecuencia de la hambruna de
posguerra. Es una anémona que se fija en los superficiales fondos marinos
(sobre 20 metros) al necesitar luz para su desarrollo y en los arrecifes y se
alimenta de pequeños crustáceos. Se untan con harina de garbanzo y se fríen con
aceite de oliva muy caliente. El resultado es un manjar crujiente por fuera,
meloso y gelatinoso por dentro y con un sabor marino intenso. Las
ortiguillas disponen de hasta 150
tentáculos de color pardo con bordes rosados y es urticante hasta el momento en
el que se pasa por un chorro de agua de grifo. Pero en el transcurso de tres o
cuatro días cambian de aspecto y de color por oxidación. Esa es la causa de que
sean poco conocidas las ortiguillas en bares y restaurantes del interior de la
Península, salvo que se mantengan en agua, en bolsas isotérmicas y rodeadas de
hielo durante su transporte. Las ortiguillas maridan bien una copa de
manzanilla fría. También existe una receta de pimientos del piquillo rellenos
de ortiguillas envueltas en bechamel y acompañado de una salsa a base de puerro,
zanahoria ajo y tomate, al que se añadirán unos camarones y un poco de nata.
Todo ello se tritura y se flambea con brandy. La salsa resultante se derrama
sobre los pimientos rellenos, a los que
se habrá añadido encima algo de queso ementhal rallado. Todo ello se pone en
una tartera y se gratina en el horno.
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