Recuerdo, siendo niño, que los chorizos del
segoviano municipio de Cantimpalos llevaban un marchamo en forma de chapa
redonda sujeta a la cuerda. También, que los tomates sabían a tomate. Pasado el
tiempo, no he vuelto a ver aquellas chapas ni recuerdo cómo era el sabor del
tomate. Sobre el chorizo de Cantimpalos hay elogios en la novela de Cela,“Judíos, moros y cristianos”. También, en el comienzo de la novela
de Manuel Vicent, “Aguirre, el magnífico”, que así comienza:
“El 23 de abril de 1985, en la
Universidad de Alcalá, el novelista Torrente
Ballester acababa de pronunciar en el paraninfo el discurso de aceptación
del Premio Cervantes, y después de la ceremonia, con la imposición de la
inevitable medalla, se celebraba un vino español en el severo claustro
renacentista alegrado con algunas flores y setos trasquilados. Bandejas de
canapés y chorizos de Cantimpalos, cuya grasa brillaba de forma obscena bajo un
sol de primavera, pasaban a ras del pecho de un centenar de invitados, gente de
la cultura, escritores, políticos, editores, poetas”. (…) “…en ese momento, entre el rey
de España, el duque de Alba y
este simple paisano apareció a media altura una bandeja de aluminio llena de chorizos
de regular tamaño, cada uno traspasado por un mondadientes, como se ven en la
barra de los bares de carretera a merced de los camioneros. Una señora vestida
en traje regional, de alcarreña o algo así, ofreció el presente con estas
palabras: «¿Un choricito, Majestad?». Y Su Majestad exclamó: «¡Hombre, un chorizo! ¡Venga, a por
él!». Jesús Aguirre, obligado tal
vez por el protocolo, alargó también la mano. Con un chorizo ibérico en el aire
trincado con el mondadientes, Su Majestad me dijo: «Y tú qué, ¿no te animas?».
Contesté algo confuso: «No puedo, señor, estoy cultivando una úlcera de duodeno
con mucho cariño». (…) “Con la boca
llena de chorizo, ni el Rey ni el duque podían emitir palabra alguna y menos
una opinión que no fuera el placer que se les escapaba a través de una mirada
turbia, y por mi parte yo no encontraba un pensamiento que fuera el apropiado
para la ocasión. Mientras ambos en silencio salivaban el don del cerdo, pude
contemplar cómo por la barbilla real y por la comisura del duque se deslizaba
una espesa veta de grasa, imagen de una felicidad que más que a la monarquía y
al ducado correspondía al pueblo llano. «No sabes lo que te pierdes», dijo el
rey de España cuando ya pudo hablar”. En fin, Cela también hace referencia
a los excelentes chorizos de Ádega Beira
en “Mazurca para dos muertos” aprovechando
los disparatados lances desarrolladas durante la Guerra Civil en Galicia, pero
esa es otra historia. Al marido de Ádega Beira, Cidrán Segade, lo asesinó Moucho.
Pero cuando Fabián Minguela, alias
Moucho, recibió la misma receta que su marido y fue cruelmente asesinado, Ádega
no quedó conforme con la venganza, y fue al cementerio, lo desenterró, se lo
dio a probar al cerdo y luego comió ella pensando en otra cosa, bebiendo un
trago de vino cuando le entró la repugnancia, y posteriormente mandó parte de
la matanza una vez capolada a toda su parentela.
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