viernes, 12 de julio de 2019

Elogio de los chorizos de Cantimpalos



Recuerdo, siendo niño, que los chorizos del segoviano municipio de Cantimpalos llevaban un marchamo en forma de chapa redonda sujeta a la cuerda. También, que los tomates sabían a tomate. Pasado el tiempo, no he vuelto a ver aquellas chapas ni recuerdo cómo era el sabor del tomate. Sobre el chorizo de Cantimpalos hay elogios en la novela de Cela,“Judíos, moros y cristianos”. También, en el comienzo de la novela de Manuel Vicent, “Aguirre, el magnífico”, que así comienza: “El 23 de abril de 1985, en la Universidad de Alcalá, el novelista Torrente Ballester acababa de pronunciar en el paraninfo el discurso de aceptación del Premio Cervantes, y después de la ceremonia, con la imposición de la inevitable medalla, se celebraba un vino español en el severo claustro renacentista alegrado con algunas flores y setos trasquilados. Bandejas de canapés y chorizos de Cantimpalos, cuya grasa brillaba de forma obscena bajo un sol de primavera, pasaban a ras del pecho de un centenar de invitados, gente de la cultura, escritores, políticos, editores, poetas”. (…) “…en ese momento, entre el rey de España, el duque de Alba y este simple paisano apareció a media altura una bandeja de aluminio llena de chorizos de regular tamaño, cada uno traspasado por un mondadientes, como se ven en la barra de los bares de carretera a merced de los camioneros. Una señora vestida en traje regional, de alcarreña o algo así, ofreció el presente con estas palabras: «¿Un choricito, Majestad?». Y Su Majestad exclamó:        «¡Hombre, un chorizo! ¡Venga, a por él!». Jesús Aguirre, obligado tal vez por el protocolo, alargó también la mano. Con un chorizo ibérico en el aire trincado con el mondadientes, Su Majestad me dijo: «Y tú qué, ¿no te animas?». Contesté algo confuso: «No puedo, señor, estoy cultivando una úlcera de duodeno con mucho cariño». (…) “Con la boca llena de chorizo, ni el Rey ni el duque podían emitir palabra alguna y menos una opinión que no fuera el placer que se les escapaba a través de una mirada turbia, y por mi parte yo no encontraba un pensamiento que fuera el apropiado para la ocasión. Mientras ambos en silencio salivaban el don del cerdo, pude contemplar cómo por la barbilla real y por la comisura del duque se deslizaba una espesa veta de grasa, imagen de una felicidad que más que a la monarquía y al ducado correspondía al pueblo llano. «No sabes lo que te pierdes», dijo el rey de España cuando ya pudo hablar”. En fin, Cela también hace referencia a los excelentes chorizos de Ádega Beira en “Mazurca para dos muertos” aprovechando los disparatados lances desarrolladas durante la Guerra Civil en Galicia, pero esa es otra historia. Al marido de Ádega Beira, Cidrán Segade, lo asesinó Moucho. Pero cuando Fabián Minguela, alias Moucho, recibió la misma receta que su marido y fue cruelmente asesinado, Ádega no quedó conforme con la venganza, y fue al cementerio, lo desenterró, se lo dio a probar al cerdo y luego comió ella pensando en otra cosa, bebiendo un trago de vino cuando le entró la repugnancia, y posteriormente mandó parte de la matanza una vez capolada a toda su parentela.

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